Es sábado y Alocer sabe que será una jornada larga. En menos de 24 horas, el luchador michoacano se subirá al ring en tres ocasiones, derramará sangre en dos estados del país y habrá tocado la batería con su banda Matador No.
Recién se ha bajado del autobús que lo trasladó de la ciudad de Guadalajara, donde se presentó en la Arena Roberto Paz, y ya se debe alistar para volar por el cuadrilátero de Stronge Classic Wrestling (SCW) que se ubica al norte de Morelia.
En un combate de tres esquinas, se ha enfrentado a los veteranos Obituary y Ray Magno Jr. La función ha servido como una especie de calentamiento, pues más tarde ejecutará en el Salón Impala lo que es su especialidad: la lucha extrema.
Alocer en realidad se llama Alan Salvador García López, tiene 33 años y es originario de Zacapu, Michoacán. Su llegada a la lucha libre se dio por una cuestión de salud, cuando a los 18 años se le detectó pre-diabetes y se le recomendó practicar algún deporte.
Como profesional, contabiliza una carrera de ocho años, donde poco a poco su nombre ha ido escalando peldaños a nivel nacional, siendo uno de los fichajes más recientes por parte de la empresa Desastre Total Ultraviolento (DTU) que comanda Crazy Boy.
Su relación con la lucha extrema surgió de una manera poco convencional, pues Alocer ironiza que su primer acercamiento con esa modalidad fue una consecuencia de la violencia intrafamiliar que sufrió durante su adolescencia.
Actualmente radica en la Ciudad de México, sitio desde el que ha comenzado a picar piedra para que su nombre tenga eco como uno de los referentes de la lucha libre extrema del país.
Sin embargo, esporádicamente Alocer vuelve a sus orígenes, donde todo empezó. Y cuando eso sucede, tiende detrás de él una cuadrilla de aficionados leales que corean su nombre en cualquier dojo.
La de esta noche no es la excepción. Cuando las luces se apagan y su personaje es anunciado por el altavoz, los presentes comienzan a vitorearlo, mientras Alan dedica un par de minutos a saludar a todos aquellos que le estiran la mano.
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Su rival es Ángel Azul, un luchador tan delgado que provoca un bullying colectivo que desemboca en comentarios hirientes como: “Denle una torta”, “Se cae de hambre” y “Un kilo de ayuda”.
Pero el escurridizo joven de pelo rubio ha sorprendido a propios y extraños. Sin temor alguno, le monta una batalla memorable a Alocer, quien en menos de dos minutos empieza a dejar gotas de sangre tanto arriba como abajo del ring.
El ruido de los cristales rotos de las lámparas se vuelve una constante, pero también están las sillas que rebotan una y otra vez sobre la humanidad de los luchadores. Alocer sangra de su espalda a tal grado que el color natural de su piel se pierde.
La función ha alcanzado su clímax y Alocer no va a permitir una irreverencia más. Totalmente decidido a demostrar quién manda, toma un buen puñado de palillos de madera y sin compasión los entierra sobre la frente de Ángel Azul.
Los castigos ya no van a cesar y ante la mirada eufórica de los aficionados, al referi no le quedará de otra que dar las tres clásicas palmadas sobre la lona para declarar a Alocer como el ganador.
El júbilo no termina ahí, pues los gritos se incrementan cuando Alan decide levantar la mano de su contrincante a manera de reconocimiento. Lo que sigue, es una ola de fotografías y aplausos para aquellos dos que no se guardaron nada en la lucha.
La función terminó, pero sólo para dar paso al maldito rock and roll. Cualquier luchador se iría directamente a descansar, pero no es el caso de Alocer. Mientras se somete a un proceso de curación en el que se han de acumular nuevas cicatrices, Los Días de Atrás tocan su punk rock para chicos que están sedientos de ruido frenético.
Unos 40 minutos después, Alocer aparece como si nada hubiera pasado. Se coloca una máscara, pero ahora la misión es reventar la batería junto a los Matador No al ritmo de punk, porno gore, grind y hardcore.
Hombres y mujeres se empujan en medio del salón cuando la banda toca canciones en el que sello principal son sus letras tan divertidas como políticamente incorrectas.
Pasa de la media noche, pero el hogar todavía puede esperar. El reloj es un mero adorno y todavía queda tiempo para hacer una escala más. Alocer se suma al contingente que desea seguir celebrando en un bar del centro de la ciudad. Ahí, se seguirá hablando de lo que fue la jornada y también se planeará lo que se viene. La lucha libre es un trabajo que nunca descansa.