Mientras Morelia intentaba digerir el hallazgo de dos cuerpos calcinados en Villas de la Loma, a menos de 30 kilómetros, el municipio de Álvaro Obregón amanecía con su propio grito silencioso. El mismo viernes 18 de abril, en dos puntos distintos de esta demarcación, fueron localizados vehículos incendiados con cadáveres calcinados en su interior. Dos escenas. Dos cuerpos. Y junto al caso de Morelia, tres asesinatos brutales en un solo día. Una señal clara: la violencia en Michoacán no descansa, solo cambia de ruta.
El primer hallazgo ocurrió sobre la carretera Tarímbaro–Zinapécuaro, cerca de la colonia Vistabella I. Una camioneta SUV ardía a plena luz del día. Al sofocar las llamas, los cuerpos de emergencia encontraron dentro un cuerpo calcinado. Horas después, en la colonia El Calvario, en la calle Los Sauces, un vehículo tipo Golf apareció abandonado. En su cajuela, otro cadáver completamente carbonizado.
Ambos casos fueron atendidos por la Fiscalía General del Estado, que inició las carpetas de investigación correspondientes. Como ha sucedido en otros episodios recientes, la identidad de las víctimas permanece sin confirmar. Las causas precisas de muerte aún no se han esclarecido. Y aunque se habla de líneas de investigación abiertas, la falta de detenidos sugiere que, una vez más, el crimen organizado actúa sin oposición inmediata.
Te puede interesar: Morelia: entre el fuego y el silencio
La quema de cuerpos es más que una táctica de ocultamiento: es una forma de borrar no solo evidencia, sino historia y humanidad. En Álvaro Obregón, este mensaje no es nuevo, pero sí cada vez más frecuente. En un municipio con infraestructura de seguridad limitada, donde los patrullajes son esporádicos y la capacidad de respuesta institucional es baja, el vacío de autoridad se convierte en terreno fértil para la impunidad.
Según datos recientes de la Fiscalía estatal, Michoacán registró 307 homicidios dolosos en el primer trimestre de 2025, una disminución del 17% respecto al mismo periodo del año anterior. Pero las cifras, como siempre, dicen poco cuando la realidad arde.
Porque lo verdaderamente alarmante no es solo que ocurran estos crímenes. Lo insoportable es que tres hechos de esta magnitud —dos en Álvaro Obregón y uno en Morelia— hayan sucedido el mismo día sin que se encienda ninguna alarma institucional. No hay operativos especiales. No hay pronunciamientos urgentes. No hay indignación visible. Solo cuerpos, fuego y silencio.
El 18 de abril no fue un día trágico. Fue un espejo. Y lo que refleja es devastador: un estado donde la barbarie se ha vuelto rutina y donde la muerte arde sin que nadie se detenga a mirar.