La Cerrada de San Agustín en Morelia volvió a transformarse en pasillo de barro y memoria. Desde hace días, la calle se ha llenado con decenas de Catrinas modeladas en los talleres de Capula, la comunidad alfarera que desde hace más de medio siglo convirtió el barro en símbolo cultural de Michoacán. Figuras altas, de gestos elegantes y sombreros desbordantes, que en cada trazo narran una historia de resistencia artesanal y de vínculo con una tradición que nunca dejó de reinventarse.
El oficio nació mucho antes de la fama. En Capula, el barro se trabajaba desde tiempos prehispánicos, pero fue a mediados del siglo XX cuando los talleres locales comenzaron a experimentar con nuevas formas. La llegada de la figura de la Catrina, inspirada en la ilustración de José Guadalupe Posada y popularizada por Diego Rivera, cambió el rumbo del pueblo: la muerte adquirió rostro femenino, elegancia irónica y una identidad propia. Desde entonces, cada generación ha reinterpretado el esqueleto con humor, color y una precisión que distingue a Capula del resto del país.
La técnica es única. El cuerpo se moldea con barro rojo, se seca al sol y se quema en hornos de leña. Luego viene el puntillismo: cientos de diminutos puntos aplicados a pincel que conforman flores, mantones y bordados. Cada pieza lleva semanas de trabajo y una firma invisible: la paciencia. Por eso, cuando las figuras llegan al Centro Histórico de Morelia, el efecto es distinto. No se trata de un escaparate turístico, sino de una extensión viva del taller.
La exposición de este año confirma que Capula sigue siendo una comunidad de artistas más que de productores. Las Catrinas no se miran iguales, no hay molde que las repita. Algunas evocan a las mujeres purépechas, otras a las de la Revolución, otras simplemente a la vida cotidiana. Todas, sin excepción, devuelven a Morelia una parte de su identidad: la que combina la muerte con la belleza, el humor con la solemnidad.
La Cerrada de San Agustín se convierte, por unos días, en un corredor donde la tradición no se exhibe: se respira. Capula aporta el barro, Morelia el escenario, y el resultado es una postal que resume siglos de oficio y orgullo michoacano. En tiempos donde lo hecho a mano parece excepción, las Catrinas siguen recordando que la cultura popular no necesita rescate, sino mirada.