Clases bajo la sombra del volcán: la revolución educativa que comienza en Zitácuaro
evangelio | 28 junio, 2025

En Zitácuaro, Michoacán, una generación de niñas y niños está aprendiendo matemáticas al pie de un huerto, resolviendo problemas en tabletas solares y explorando historia local con mapas interactivos. En esta región de sierras húmedas y senderos quebrados, custodiada a lo lejos por los flancos apagados del volcán San Andrés, algunas escuelas rurales están ensayando un nuevo modelo educativo: tecnología adaptada, energía limpia y conexión con el territorio.

Lo que comenzó como un esfuerzo de docentes y colectivos comunitarios se ha convertido en una red de escuelas con paneles solares, aulas móviles y huertos didácticos, donde aprender ya no es repetir, sino sembrar, medir, registrar, conectar. Con apoyo de organizaciones como Aprender para Crecer y egresados del Tecnológico de Zitácuaro, estas experiencias han llegado a comunidades como Donaciano Ojeda, La Encarnación y Curungueo.

Los salones combinan herramientas digitales con prácticas del entorno: tabletas que registran calendarios de lluvias, huertos que sirven para clases de ciencias y matemáticas, estaciones solares que sostienen la conexión digital en zonas sin red eléctrica ni telefonía. En lugar de imponer saberes ajenos, aquí se enseña desde lo que se pisa y se cultiva.

La montaña, el volcán y el aula ya no están separados: la geografía también educa. Estudiantes observan el relieve, identifican especies nativas y simulan rutas de evacuación en caso de deslaves o incendios. El propio suelo, de origen volcánico, sirve para explorar procesos geológicos, nutrición vegetal y conservación del agua, conectando el conocimiento con el contexto físico que lo rodea.

Pero más allá del enfoque pedagógico, la relevancia de este programa radica en su capacidad de romper un ciclo de rezago estructural: zonas rurales donde la educación ha sido históricamente postergada, escuelas sin acceso a energía ni conectividad, docentes aislados y currículos desvinculados del entorno. Este modelo propone una alternativa concreta: una escuela funcional en lugares donde no hay infraestructura básica, anclada al territorio, energéticamente autónoma y pedagógicamente viva.

Académicos de la Universidad de Zamora y promotores educativos han comenzado a documentar sus impactos: mayor retención escolar, mejor comprensión de contenidos, apropiación comunitaria y disminución del abandono escolar. Sin embargo, la continuidad aún es frágil: la conectividad sigue siendo limitada, el mantenimiento de equipos depende de voluntarios y el respaldo institucional es aún disperso.

En un estado donde el aula suele definirse por lo que falta docentes, luz, agua, pupitres, Zitácuaro ofrece una ruta distinta. Aquí, la escuela se piensa como parte del ecosistema, no como un refugio frente a él. Desde una tierra que alguna vez ardió bajo la furia de los volcanes, brota hoy una educación que no busca imitar, sino echar raíz.

Y mientras las nubes cruzan las cimas apagadas, las nuevas generaciones aprenden a leer no solo libros, sino el monte, el clima y la vida que crece donde otros solo ven obstáculos.

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