Entre 1200 y 1100 a. C., la civilización del Mediterráneo se vio sacudida por la aparición de los temidos Pueblos del Mar.
Esa confederación de guerreros desconocidos, provenientes de diversas nacionalidades, arrasó las costas de lo que hoy es Grecia, el Creciente Fértil y Anatolia, poniendo fin a la prosperidad de la civilización micénica y amenazando al Egipto faraónico.
El colapso de sociedades establecidas y las revueltas internas facilitaron el avance de los invasores, que fueron seguidos por pueblos indoeuropeos, como los dorios y jonios, quienes, al llegar del norte, despojaron a los aqueos de su dominio y recursos.
La llamada Edad Oscura griega, que se extendió desde 1200 a. C. hasta 800 a. C., marcó un periodo de estancamiento y oscuridad.
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Con la desaparición del sistema de escritura lineal B, utilizado por los micénicos, se interrumpieron las evidencias escriturales y comerciales, dejando un vacío cultural y documental que llevó a los historiadores a referirse a esa época como “oscura”.
Los grandes logros arquitectónicos y comerciales se desvanecieron, como si el progreso hubiera hecho una pausa.
Sin embargo, como el ave Fénix que resurge de sus cenizas, la literatura griega vio una nueva luz al regresar la escritura.
En ese renacer literario, los griegos adoptaron y adaptaron el alfabeto fenicio, introduciendo por primera vez las vocales, así nacieron las primeras obras literarias que sentarían las bases de la literatura occidental: “Ilíada” y “Odisea” de Homero, junto a “Los trabajos y los días” y “Teogonía” de Hesíodo.