Cada Año Nuevo es común que muchas personas lleven a cabo rituales que buscan atraer prosperidad, amor, salud y buena suerte para los siguientes doce meses.
Se trata de prácticas que están presentes en varias culturas, y además de tener un significado espiritual, también se presentan como una oportunidad para reflexionar sobre el año que termina y dar la bienvenida con energía positiva al ciclo que está por comenzar.
Quizá la tradición más popular es la de comer doce uvas a la medianoche, pidiendo un deseo por cada uva, es decir, uno por cada mes del año, como una forma de decretar bienestar y cumplir metas personales.
Otra práctica común es elegir el color de la ropa interior, ya que es bien sabido que ello influirá en lo que traerá el año: se cree que el amarillo atrae abundancia y éxito, mientras que el rojo pasión y amor, y el blanco paz y armonía.
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Quienes quieren viajar optan por salir a la calle a pasear una maleta justo después de la medianoche, con la esperanza de atraer un año lleno de aventuras y nuevos destinos.
Otros se enfocan en limpiar las energías del hogar, con la finalidad de recibir el año de una forma espiritual; esto lo consiguen barriendo hacia la puerta principal para alejar lo negativo o quemando hierbas como ruda o romero.
Para quienes buscan prosperidad económica, una práctica usual es colocar dinero en los bolsillos durante la celebración, también es recurrente encender velas de diferentes colores, cada una con un propósito: el verde para la salud, el dorado para el dinero, el azul para la paz y el blanco para la pureza.
Finalmente, algunos escriben en un papel todo aquello que desean dejar atrás, para luego reducirlo a cenizas, en una representación de renovación espiritual.
Más allá de su efectividad, los rituales de Año Nuevo ofrecen un espacio para la introspección y la esperanza, recordándonos que cada inicio es una oportunidad para reinventarnos y trabajar por nuestros sueños.