Creyó que su hija lo cuidaba por amor, hasta que le cobró 65 mil pesos
evangelio | 8 mayo, 2025

Un hombre mayor, con el rostro surcado por el sol y los años, camina entre las milpas y lanza una frase que pesa más que cualquier carga de campo: “Me dijo mi hija que le pagara 65 mil pesos por el año que me cuidó”.

No hay reproche en su voz, pero sí una resignación que revela una realidad amarga: en México, la vejez duele, y no sólo en el cuerpo.

Durante el testimonio recabado en una comunidad rural, el hombre compartió lo que para él fue una sorpresa desconcertante: después de haber dependido un tiempo de su hija por cuestiones de salud, ella le exigió una suma considerable a cambio de haberlo “cuidado”.

El caso no es excepcional. Es, de hecho, una ventana a una problemática estructural: el abandono, la precariedad y la ruptura del tejido familiar en la vejez.

En México hay más de 10 millones de personas adultas mayores, según datos del INEGI. Para 2025, se estima que más de 14 millones podrían encontrarse en condiciones de abandono.

La expectativa de vida ha crecido, pero no así las condiciones para vivir esos años con dignidad. Muchos adultos mayores no cuentan con pensión suficiente, seguridad social, ni redes familiares efectivas. Quedan, entonces, a la deriva.

El Código Civil mexicano establece que los hijos están obligados legalmente a proporcionar alimentos a sus padres en caso de necesidad. Pero en la práctica, la ley se enfrenta a la economía. Muchos hijos —sin recursos, con trabajos precarios o sin conciencia de esa responsabilidad— se deslindan, o incluso convierten el cuidado en una transacción.

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El testimonio del hombre al que su hija le pidió 65 mil pesos abre otra dimensión: la de los cuidados como moneda. ¿Qué ocurre cuando la solidaridad filial se convierte en servicio facturable? ¿Es justo cobrar por cuidar a quien nos dio la vida? ¿O es apenas la consecuencia de un sistema que no reconoce ni apoya el trabajo de cuidar?

México no cuenta aún con un sistema nacional de cuidados. Las tareas de asistencia a personas mayores recaen casi siempre en mujeres dentro de la familia —hijas, nueras, hermanas— sin formación, sin apoyo económico y con nulo reconocimiento social. El resultado: sobrecarga, desgaste, conflictos y, en muchos casos, ruptura emocional.

El abandono social de personas mayores está tipificado como una forma de violencia. Sus efectos no son solo materiales, sino también afectivos y psicológicos. Y el abandono no siempre se ve como tal: a veces se disfraza de indiferencia, de regateo, o de una factura al final del año.

La vejez no debería vivirse entre cuentas por pagar ni soledades impuestas. El testimonio de este hombre es el de miles.

La pregunta que deja flotando es incómoda, pero urgente: ¿en qué momento dejamos de ver a nuestros padres como sujetos de cuidado y empezamos a medir su carga en pesos?

Garantizar una vejez digna no es solo tarea del Estado, aunque debe encabezarla. También es una responsabilidad de todos. Porque algún día, con suerte, también seremos viejos.

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