Un nuevo fenómeno en el entorno laboral está afectando la salud mental de los trabajadores: la dismorfia de productividad.
El término, acuñado por la periodista Anna Codrea-Rado, se refiere a la incapacidad de ver el éxito propio en medio de un constante afán por lograr más.
Similar a la dismorfia corporal, esa condición psicológica lleva a muchos profesionales a creer que su desempeño nunca es suficiente, a pesar de una carga laboral cada vez mayor.
La dismorfia de productividad se manifiesta en un ciclo interminable de autoevaluación. A menudo, aquellos que la padecen repasan sus logros de manera obsesiva, pero incluso ante la evidencia de un rendimiento significativo, la sensación de insuficiencia persiste.
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Esa condición no solo desencadena un ambiente de autoexigencia extrema, sino que también alimenta el agotamiento, la ansiedad y el síndrome del impostor.
La búsqueda constante de la productividad, lejos de ser un motor de éxito, se convierte en una trampa que priva a los trabajadores de la satisfacción que debería derivarse de alcanzar metas y cumplir con sus responsabilidades.
Aunque existen normativas, como la NOM-035, que abordan los riesgos psicosociales en el trabajo, es fundamental que las organizaciones adopten una verdadera transformación cultural.
La forma en que se define y mide la productividad debe evolucionar. No es correcto asumir que quienes trabajan más horas o están siempre disponibles son automáticamente los más productivos.
Para combatir la dismorfia de productividad, es imperativo eliminar prácticas laborales que fomenten la prolongación excesiva de la jornada, el abuso del teletrabajo y la sobrecarga de tareas.