En redes sociales y círculos de bienestar se ha popularizado el llamado “ayuno de dopamina”, una práctica que promueve la abstinencia de placeres cotidianos, como redes sociales, comida o videojuegos, para “reiniciar” el cerebro y recuperar la motivación. Sin embargo, esta idea carece de respaldo en la neurociencia actual.
La dopamina no es una sustancia que “se acumule” y deba eliminarse mediante abstinencia. Es un neurotransmisor esencial para funciones como la toma de decisiones, el aprendizaje, el movimiento y la anticipación de recompensas.
Su papel va más allá del placer: también se activa ante situaciones de estrés o incertidumbre. Además, su regulación no depende del número de series que veamos o del tiempo que pasemos en internet, sino de mecanismos internos del cerebro.
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La idea del “dopamine fasting” surgió en Silicon Valley como una estrategia conductual para reducir hábitos compulsivos. No obstante, fue malinterpretada y transformada en una supuesta desintoxicación cerebral que mezcla pseudociencia con discursos de autocontrol extremo.
Esta narrativa puede generar culpa y una relación disfuncional con actividades placenteras perfectamente normales.
Reducir el uso compulsivo del celular o establecer límites con la tecnología sí puede mejorar la calidad de vida, pero no porque se “reseteen” nuestros neurotransmisores, sino porque se fortalecen hábitos saludables.
El riesgo de este tipo de modas es que promuevan soluciones simplistas, culpabilicen el disfrute y alejen a las personas de una comprensión real del funcionamiento del cerebro.
Descansar está bien. Pero no hace falta disfrazarlo de ciencia para que sea válido.