Desde que la penicilina se generalizó hace aproximadamente 80 años, las bacterias han mostrado una capacidad sorprendente para evolucionar y eludir los efectos de los antibióticos.
Dicho fenómeno marcó el inicio de una carrera armamentística entre los microbios y la medicina, que continúa hasta hoy.
De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), la resistencia de ciertos gérmenes a los antibióticos es uno de los mayores problemas de salud pública a nivel mundial. Cada año, se estima que esos organismos son responsables de la muerte de aproximadamente cinco millones de personas en todo el mundo.
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En Estados Unidos, más de 2.8 millones de infecciones resistentes a los antimicrobianos se producen anualmente, incluyendo aquellas adquiridas en entornos hospitalarios y en la comunidad.
La resistencia a los antibióticos dificulta el tratamiento de infecciones y puede resultar en consecuencias graves para los pacientes.
El Dr. Rick Martinello, especialista en enfermedades infecciosas de Yale Medicine y director médico de su programa de prevención de infecciones, destaca que sin el beneficio de los antibióticos, los resultados para los pacientes son más sombríos, con posibles consecuencias como muertes, infecciones prolongadas y hospitalizaciones más largas.
Durante la pandemia de COVID-19, se observó un aumento del 32 % en el número de personas que adquirieron microbios resistentes a los antibióticos en hospitales, afectando a 38 individuos por cada 10 mil hospitalizaciones. Aunque las tasas han disminuido desde entonces, siguen siendo superiores a los niveles previos a la pandemia.