Tras el hallazgo, la semana pasada, del cuerpo en descomposición de Celeste Rivas, adolescente de 15 años reportada como desaparecida desde abril de 2024, el caso ha escalado a una de las investigaciones más delicadas de Los Ángeles. La joven fue localizada dentro de un Tesla registrado a nombre del cantante d4vd, David Anthony Burke, vehículo que había sido remolcado a un depósito en Hollywood y donde, tres días después, personal del lote descubrió el cuerpo en el compartimento delantero, envuelto en una bolsa y acompañado de un olor fétido que delataba el horror.
La identificación oficial fue realizada por la oficina del forense del condado de Los Ángeles, que confirmó que la víctima era la misma adolescente desaparecida en Lake Elsinore. Un detalle inquietante reforzó las sospechas: Celeste tenía un tatuaje con la palabra “Shhh…” en el dedo índice derecho, idéntico al que se ha visto en imágenes del propio d4vd. Aunque las autoridades no lo han señalado como evidencia concluyente, el dato ha avivado aún más la especulación pública.
Desde el hallazgo, el Departamento de Policía de Los Ángeles ha desplegado a su división de homicidios, ejecutado órdenes de cateo en una residencia de Hollywood Hills vinculada al artista y decomisado dispositivos electrónicos y computadoras que serán analizados. El propio d4vd ha declarado que coopera con las autoridades, pero su mundo artístico se encuentra en pausa: ha cancelado la parte restante de su gira en Estados Unidos y las marcas con las que colaboraba, como Crocs y Hollister, suspendieron campañas en las que aparecía. Su sello discográfico, a su vez, ha retirado promociones hasta que se aclaren responsabilidades.
La gravedad radica en los vínculos simbólicos: el vehículo pertenece a un músico que se convirtió en referente de una generación con canciones íntimas y melancólicas. Hoy, esa imagen pública contrasta con un proceso judicial que pone bajo sospecha la delgada línea entre la fama y el silencio incómodo de la industria. El hallazgo de Celeste revive preguntas más amplias: ¿cómo pudo pasar más de un año desde su desaparición sin una respuesta efectiva? ¿Qué fallas institucionales permitieron que su rastro se perdiera hasta que emergió en circunstancias tan macabras?
La investigación, además, ya ha sido clasificada como un homicidio, aunque la causa exacta de la muerte no se ha establecido. El hecho no es menor: en California, más de dos mil menores permanecen desaparecidos cada año, una cifra que vuelve este caso un símbolo de la desprotección y del laberinto en el que familias enteras buscan a los suyos. La familia de Celeste, por su parte, ha iniciado una recaudación para costear los gastos de su funeral, mientras enfrenta el peso de una tragedia que ya trasciende lo íntimo para convertirse en un episodio de alcance internacional.
Mientras los peritajes forenses avanzan y las redes sociales difunden teorías que van de lo inquietante a lo conspirativo, lo único claro es que la muerte de Celeste no se reduce a un expediente policial: se ha convertido en un espejo de vulnerabilidades estructurales, de la fragilidad del sistema y de la crudeza con la que la violencia se cuela en espacios donde la sociedad imagina glamour, música y juventud.
Hoy, a más de una semana del hallazgo, el caso continúa abierto, con un desenlace que puede redefinir no solo la carrera de un artista, sino la confianza en las instituciones que deberían haber protegido a una adolescente antes de que su nombre quedara asociado para siempre a una tragedia.