El expediente incómodo de 1762: el día que el padre de Miguel Hidalgo buscó comprar un esclavo
evangelio | 15 septiembre, 2025

Aunque Irapuato suele aparecer en la memoria nacional como tierra de fresas y epicentro agrícola, sus archivos guardan una pieza que lo conecta directamente con la historia incómoda del país: la familia de Miguel Hidalgo. En una escritura pública de 1762, conservada en el Archivo Histórico Municipal, aparece Cristóbal Hidalgo y Costilla, padre del futuro Padre de la Patria, acudiendo a esta ciudad para adquirir un esclavo. El documento fue asentado por notario, aunque no está firmado, lo que abre la incógnita de si la transacción llegó a completarse.

La evidencia, descrita por el actual coordinador del archivo, Jorge Luis Conejo Echeverría, es apenas una de cuatro fuentes que muestran la relación entre la familia Hidalgo y la congregación de Irapuato. Otra de ellas es el expediente de José Joaquín, hermano mayor de Miguel, quien debió acreditar “limpieza de sangre” para ordenarse sacerdote y recurrió a testigos irapuatenses para certificarla. En conjunto, estos rastros muestran cómo las redes sociales, religiosas y económicas del Bajío tejían una trama común en la que Corralejo, Pénjamo e Irapuato estaban íntimamente vinculados.

Para entender el alcance de esta escritura es necesario colocarla en su contexto. En 1762, el virreinato de la Nueva España vivía un auge agrícola y minero que dependía de una fuerza laboral híbrida: indígenas tributarios, peones acasillados y todavía personas esclavizadas de origen africano. Guanajuato, epicentro de la minería de plata, no solo era un polo económico, también un espacio donde la esclavitud persistía de manera legal y cotidiana. Estudios del INAH y de universidades como la UNAM han documentado que el precio de un esclavo podía rondar entre 100 y 400 pesos de oro común, una inversión considerable frente al costo de los alimentos básicos, lo que los convertía en un “capital humano” de alto valor para haciendas y minas.

Cristóbal Hidalgo, como administrador de la Hacienda de San Diego de Corralejo, en Pénjamo, estaba inmerso en ese mundo. Sus funciones incluían contratar, adquirir y gestionar mano de obra para el beneficio agrícola y ganadero de la finca. En ese marco, la visita a Irapuato para intentar comprar un esclavo no era un hecho extraordinario, sino parte de las prácticas habituales de la región. Lejos de ser un estigma individual, la operación refleja el funcionamiento económico y social de las élites criollas del Bajío.

La paradoja de Miguel Hidalgo

Sin embargo, la paradoja histórica es inevitable. Casi medio siglo después, Miguel Hidalgo encabezaría el grito insurgente en Dolores y, ya instalado como líder del movimiento, decretaría en Guadalajara la abolición de la esclavitud. El 6 de diciembre de 1810, ordenó liberar a todas las personas esclavizadas en un plazo de diez días y castigó con pena de muerte a los amos que incumplieran. Ese decreto, considerado uno de los primeros manifiestos sociales de la insurgencia, rompía de tajo con la práctica que había sostenido, durante generaciones, a familias como la suya.

El contraste entre la escritura de 1762 y el decreto de 1810 no deslegitima al insurgente, pero sí lo enmarca en su tiempo. Miguel Hidalgo creció en un ambiente donde la esclavitud era legal y parte del engranaje económico, pero su formación intelectual, su paso por el clero y su cercanía con las ideas ilustradas europeas lo colocaron en una posición distinta: la de reconocer esa institución como incompatible con la libertad y la igualdad que buscaba para el nuevo México.

Lo revelado en Irapuato recuerda la importancia de los archivos municipales, muchas veces relegados, como custodios de la memoria incómoda. Son documentos notariales, registros eclesiásticos y escrituras públicas los que permiten reconstruir no solo la vida de personajes célebres, sino también la textura social de una época. La escritura de Cristóbal Hidalgo, aunque incompleta, muestra cómo incluso los futuros símbolos de la independencia tuvieron raíces hundidas en el mismo sistema que después combatirían.

La historia nacional suele narrarse en clave épica, pero los archivos de Irapuato enseñan que el camino hacia la independencia estuvo lleno de contradicciones. El Padre de la Patria provenía de una familia que se benefició de las estructuras coloniales, incluida la esclavitud, y al mismo tiempo fue quien, décadas más tarde, proclamó su abolición. Esa tensión no lo reduce, lo humaniza y lo contextualiza. Y es precisamente ese giro el que cada año se recuerda en el Grito de Independencia: la voz de Hidalgo retumba no solo como un llamado a romper con España, sino como un eco que simboliza la ruptura con todo un orden de opresión. Que hoy los mexicanos celebren esa noche no borra los expedientes notariales de 1762, pero sí confirma que, a pesar de sus contradicciones de origen, la independencia logró instalar en la memoria colectiva un ideal mayor: la libertad.

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