Dentro de la antigua tradición celta existían algunos rituales que perduraron en el tiempo y dieron origen a festividades que han permanecido hasta nuestros días, como es el caso del Halloween, que nació en uno de los festivales celta más importantes, el Samhain.
Con el cambio de los ciclos agrícolas y ganaderos, se celebraban festivales con significados precisos, en el caso del Samhain, que tenía lugar a inicios de noviembre, era importante porque se debía al final de la época de cosecha y a la bajada de los rebaños a los pastos invernales.
En ese momento, se creía que el límite entre el mundo humano y el sobrenatural se difuminaba y se entrelazaban los seres de ambas dimensiones, por lo que las familias se preparaban para recibir a sus difuntos y darles la mejor de las bienvenidas, porque de lo contrario, podrían transformarse en espíritus vengativos.
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Además, los espíritus de la naturaleza también se mezclaban con los vivos, por eso, nació la costumbre de disfrazarse con pieles de animales y maquillarse con cenizas, para intentar parecerse a los seres sobrenaturales y no ser atacado por ellos.
Mucho después, en el siglo 16, principalmente en Gales y Escocia, muchos jóvenes se disfrazaban de la criatura Mari Lwyd o Láir Bhán (un fantasma con forma de equino, cubriéndose con una sábana y un cráneo de caballo) para pedir ofrendas en las granjas, bajo amenaza de que quien rechazara la petición podría sufrir de grandes desgracias.
Esa tradición se transformó en el “truco o trato”, y evolucionó a las múltiples formas que existen actualmente para celebrar el Halloween.