El otro Grito: autonomía purépecha frente al olvido
evangelio | 15 septiembre, 2025

Cada 15 de septiembre, la imagen se repite: gobernadores y alcaldes ondean banderas desde balcones engalanados, la pirotecnia ilumina el cielo y los gritos de “¡Viva México!” retumban en las plazas. Sin embargo, en Cherán, Santa Fe de la Laguna o San Felipe de los Herreros, en Michoacán, el Grito adquiere otro tono, menos espectacular y más profundo. Allí no se trata de un ritual protocolario, sino de una afirmación cotidiana de autonomía, construida frente al abandono del Estado y el peso de la historia.

La noche del 15 de septiembre no tiene la misma resonancia en Cherán que en Morelia. Desde 2011, cuando la comunidad se levantó contra talamontes y grupos criminales, expulsó a partidos políticos y decidió reorganizarse bajo sus propios usos y costumbres, el sentido de independencia cambió de raíz. En 2012 quedó formalizado el Concejo Mayor, elegido por asambleas barriales, que sustituyó al ayuntamiento tradicional.

El impacto de esa decisión va más allá de la política. Cherán logró reforestar colectivamente alrededor de 2.5 millones de árboles en poco más de una década, recuperando gran parte del bosque devastado. La ronda comunal, integrada por hombres y mujeres de la comunidad, patrulla de día y de noche para resguardar el territorio. Para los habitantes, la independencia no se mide en discursos, sino en la capacidad de garantizar seguridad, cuidar el bosque y decidir sobre el presupuesto propio.

La experiencia se extendió. En Santa Fe de la Laguna, desde hace cuatro años, las autoridades comunales eligen a sus representantes mediante asambleas y administran directamente el dinero que les corresponde, sin pasar por el ayuntamiento de Quiroga. Para la comunidad, históricamente relegada, recibir el presupuesto de manera proporcional significó un acto de dignidad: por primera vez pudieron decidir si el recurso se destinaba a caminos rurales, a programas culturales o a reforzar la seguridad comunal.

En San Felipe de los Herreros, el cambio se dio en 2017. El Concejo Comunal sustituyó al ayuntamiento y desde entonces administra los recursos con estructuras similares a las municipales, pero bajo un modelo de participación colectiva. Los representantes rotan y responden a la asamblea, no a partidos ni a intereses externos.

Lo que empezó como un experimento aislado se ha convertido en un movimiento amplio. En 2025, 46 comunidades indígenas en Michoacán cuentan con reconocimiento legal de autogobierno y derecho a presupuesto directo. Sin embargo, el avance no ha sido sencillo. Diversos ayuntamientos se han resistido a entregar esos recursos, lo que ha obligado a las comunidades a litigar en tribunales estatales y federales. Al mismo tiempo, más de un centenar de pueblos han solicitado iniciar procesos similares, lo que revela la magnitud de una transición que está transformando la relación entre Estado y comunidades originarias.

El otro grito se entiende mejor si se compara con la fiesta oficial. En ciudades como Morelia, el gasto en las celebraciones patrias puede alcanzar varios millones de pesos en una sola noche: escenarios monumentales, artistas de renombre, espectáculos pirotécnicos. En cambio, en las comunidades autónomas las asambleas deciden si conviene destinar su presupuesto a celebrar el 15 de septiembre o a mejorar caminos, reforzar rondas de vigilancia o sostener proyectos de salud comunitaria. La diferencia no es solo presupuestal: es de prioridades.

La independencia inconclusa

El trasfondo económico agudiza la paradoja. En 2024, las remesas equivalieron al 11.2 % del PIB de Michoacán, frente a un promedio nacional de 3.5 %. Millones de familias dependen del dinero que llega del extranjero. Pero en 2025 esa dependencia mostró sus límites: en la primera mitad del año, los envíos cayeron 5.6 % interanual y en junio la contracción fue de 16.2 %, la mayor en más de una década. La fiesta de la independencia se celebra mientras la economía real depende de dólares que cruzan la frontera.

Para los pueblos purépechas, la noción de independencia no comenzó en 1810. Nunca fueron conquistados por los mexicas y mantuvieron estructuras políticas propias incluso tras la llegada de los españoles. La lucha de Cherán en 2011, al expulsar a partidos y criminales, puede leerse como la continuidad de esa resistencia. En Santa Fe, la reafirmación de la lengua purépecha y la organización comunal actualizan esa memoria de siglos.

En Cherán, ondear una bandera mexicana puede ser menos simbólico que plantar un árbol o sostener la ronda comunal. En Santa Fe, gritar “¡Viva México!” no tiene el mismo peso que decidir en asamblea cómo se usará el presupuesto directo. En San Felipe, la independencia no se declama desde un balcón iluminado, sino que se ejerce día a día en un Concejo que responde a la comunidad.

Este 15 de septiembre, cuando en las plazas urbanas retumben los “¡Viva México!”, en los pueblos purépechas resonará un grito distinto: silencioso, persistente, nacido del bosque y de la asamblea. Es el otro Grito, el que no busca espectáculo ni aplausos, sino autonomía frente al olvido. Y acaso ese sea el grito más cercano al que Hidalgo lanzó en 1810: no uno de celebración fugaz, sino de emancipación inconclusa.

Comparte