El otro oro de Michoacán: la miel que no es miel
evangelio | 4 julio, 2025

En Michoacán, la miel no acapara titulares ni presupuestos. Tiene sus ferias, sí, pero rara vez su voz. Aunque se produce en más de 60 municipios, desde las cañadas de Zitácuaro hasta los huertos de Zamora, sigue siendo un oficio invisible, una economía silvestre que sobrevive al margen. Y como tantas otras actividades rurales en el estado, hoy enfrenta una amenaza callada: el engaño.

Una industria vital pero silenciada

La apicultura es más que una actividad económica. Es una labor con implicaciones ecológicas profundas. Las abejas, al polinizar, permiten la reproducción de cultivos, sostienen la biodiversidad y garantizan la seguridad alimentaria de regiones enteras. En Michoacán, esta labor está en manos de cerca de mil productores que, con saberes heredados y recursos mínimos, mantienen vivas decenas de miles de colmenas.

Según cifras de la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural (SAGARPA), el estado produce más de 2,000 toneladas anuales de miel, con un valor de mercado estimado en más de 100 millones de pesos. La actividad tiene presencia en más de 65 municipios y es fuente primaria o complementaria de ingresos en zonas como Jacona, Los Reyes, Pátzcuaro o Zitácuaro.

Sin embargo, ese aporte vital no se traduce en respaldo institucional. A pesar de los esfuerzos locales, los productores enfrentan abandono, baja tecnificación y, sobre todo, una competencia desleal que se cuela hasta el último rincón del mercado: la miel adulterada.

Miel que no es miel

La miel adulterada no es una variante del producto, ni una versión más accesible. Es, literalmente, una falsificación. Se trata de mezclas elaboradas con jarabes de maíz, arroz, remolacha o glucosa industrial que imitan el color, la textura y hasta el sabor de la miel verdadera, pero carecen de su valor nutricional y biológico.

En ocasiones, el producto ni siquiera contiene trazas de miel real. También existen prácticas más sofisticadas: grandes volúmenes de “miel” importada desde China que, al llegar a México, son reetiquetados como si fueran de origen nacional y vendidos en mercados y supermercados como si fueran productos artesanales.

La NOM‑004‑SAG/GAN‑2018 prohíbe expresamente cualquier adición de azúcares al producto y exige declarar el origen floral y geográfico en el etiquetado. Pero en la práctica, esta norma es apenas una aspiración. Su vigilancia es escasa, y su cumplimiento, en muchos casos, inexistente.

La caída de las colmenas

Entre 2017 y 2022, Michoacán perdió alrededor de 10,000 colmenas. De acuerdo con SAGARPA, el estado pasó de producir 1,701 toneladas en 2017 a menos de 600 en años recientes. La causa no es solo el fraude en el mercado. También hay factores como el cambio climático, el uso intensivo de pesticidas y la pérdida de hábitat natural. Pero la competencia desleal de los productos falsos ha sido una estocada directa al corazón económico del sector.

Mientras el kilo de miel real se paga entre 50 y 70 pesos, los productos industrializados, con nulo valor biológico, pueden venderse al triple. Esta diferencia no es consecuencia de una mejor calidad, sino del bajo costo de los ingredientes adulterados y de la falta de regulación efectiva. La trampa no solo funciona: domina el mercado.

Fraude nacional, impacto local

La Comisión Federal de Mejora Regulatoria estima que cada año se comercializan en México más de 14,000 toneladas de miel adulterada. Esto representa una pérdida superior a los 1,000 millones de pesos para el sector formal. El grueso de estas ventas ocurre fuera de todo control sanitario: tianguis, mercados municipales, tiendas de barrio. En esos espacios, ni se exige trazabilidad ni se verifica el contenido. Y para el consumidor promedio, diferenciar entre un frasco auténtico y uno falso es casi imposible.

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Las instituciones lo saben. SENASICA ha promovido manuales de buenas prácticas, y Profeco ha lanzado campañas de concientización. También existen certificaciones voluntarias y esfuerzos universitarios por fortalecer los laboratorios de detección. Pero todo eso, en municipios como Múgica, Tzitzio o Tingambato, sigue siendo letra muerta.

La salud también paga el precio

El impacto no es solo económico. La salud del consumidor está en juego. La miel adulterada carece de las propiedades que han hecho de la miel real un producto valorado por siglos: enzimas antibacterianas, minerales, polen, antioxidantes. En cambio, suele contener altos niveles de azúcares simples que elevan la glucosa en sangre, afectan la flora intestinal y contribuyen al aumento de enfermedades metabólicas.

En muchas etiquetas no hay información clara, y en otras se promueven falsas cualidades (“100% orgánica”, “natural”, “miel de abeja pura”) sin que exista una verificación de por medio. Comprar salud se convierte en pagar por una mentira.

Una batalla asimétrica

El combate al fraude existe, pero es desigual. En algunos centros de investigación de México se están desarrollando tecnologías basadas en espectroscopía infrarroja, inteligencia artificial y microscopía para diferenciar de forma precisa la miel pura de la adulterada. Sin embargo, estas herramientas siguen siendo inaccesibles para la mayoría de los pequeños productores, que no tienen laboratorios ni canales de distribución certificados.

En el terreno, la defensa de la miel auténtica es artesanal. Se basa en la confianza, la reputación comunitaria y la persistencia de quienes han dedicado su vida a las abejas. Pero es una lucha cuesta arriba, contra un mercado contaminado por la falsificación impune.

No es solo miel: es una señal

Lo que parece un problema menor es, en realidad, un síntoma más de un modelo que desplaza lo rural, lo artesanal y lo justo en favor de lo rentable, aunque sea fraudulento. La miel michoacana, como tantos otros productos del campo, enfrenta una amenaza que no se ve, pero se siente: la de ser sustituida por algo más barato, más rápido y más falso.

Y mientras tanto, quienes han cuidado las colmenas por generaciones enfrentan el dilema de siempre: resistir o abandonar.

Una última cucharada

La miel merece más que confianza ciega. Merece trazabilidad, justicia comercial y respaldo institucional. Porque si incluso la miel, ese símbolo de lo natural, lo noble y lo vivo, puede ser falsificada sin consecuencias, ¿qué no puede serlo?

Exigir transparencia no es un lujo. Es una forma de defender lo real. También es una manera distinta de mirar lo que comemos.

Porque si no es miel, ¿entonces qué estamos tragando?

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