La declaración de Jorge Romero, dirigente nacional del PAN, tiene un peso que va más allá de una frase cautelosa: el partido no descarta que Ricardo Salinas Pliego pueda convertirse en candidato presidencial en 2030.
En un escenario político marcado por la reconstrucción de la oposición y la búsqueda desesperada de figuras competitivas, el simple reconocimiento de esa posibilidad reconfigura el tablero interno y reordena las expectativas dentro y fuera del panismo.
El PAN atraviesa un proceso de redefinición tras años de desgaste electoral, fracturas internas y un debilitamiento de su identidad ideológica.
En ese contexto, la mención de Salinas Pliego, un empresario con alta visibilidad pública, presencia mediática nacional y un estilo confrontativo que polariza tanto como moviliza, funciona como un movimiento estratégico que puede leerse en varias capas.
Por un lado, abre la puerta a una figura con capacidad de financiamiento, aparato comunicacional propio y un nivel de reconocimiento inmediato que ningún otro perfil panista posee en este momento.
En una oposición debilitada, un candidato así podría representar un atajo para competir en un escenario dominado por el oficialismo.
Pero el costo político no es menor. La incorporación de un empresario al proyecto presidencial del PAN tensionaría el discurso histórico del partido, obligándolo a explicar cómo una organización que se presenta como defensora institucional de la democracia y las libertades acepta como opción a una figura que mantiene confrontaciones abiertas con reguladores, instituciones, periodistas y organismos del Estado.
La coherencia interna se vuelve un punto central porque marca la diferencia entre expandir la base electoral y diluir completamente la identidad partidista.
A nivel interno, la sola mención de Salinas Pliego altera la dinámica de los liderazgos panistas.
Perfiles tradicionales, senadores, gobernadores, exdirigentes, quedan automáticamente desplazados en un juego donde el capital político se mide más en impacto mediático que en trayectoria partidista.
Esto abre una interrogante clave: ¿el PAN busca ampliar su alcance o renunciar a su estructura histórica para apostar por un candidato externo con poder económico y control narrativo propio?
También está la lectura estratégica: un PAN que se abre a un empresario de esa magnitud puede estar enviando una señal deliberada hacia otros sectores del país, económicos, mediáticos, empresariales, que desde hace años no encuentran un proyecto opositor sólido.
La pregunta es si esa señal deriva de una estrategia pensada o de la urgencia por encontrar una figura capaz de competir en el ciclo político que se avecina.
En cualquier caso, la declaración de Romero cambia la conversación. No confirma una candidatura, pero sí instala un escenario que obliga al PAN a responder las preguntas que vienen: qué tipo de partido quiere ser de cara a 2030, qué oferta política llevará al país y qué precio está dispuesto a pagar para volver a ser competitivo.
Por ahora, Ricardo Salinas Pliego ni lo busca ni lo descarta.
Y para un partido que atraviesa una crisis de identidad, esa ambigüedad basta para encender el tablero.