Mientras el calendario avanza hacia las cenas y los rituales de cierre de año, el estado entra en uno de los periodos más delicados en materia de seguridad. No es una anomalía reciente. Desde hace más de una década, Michoacán figura de manera recurrente entre las entidades con mayores niveles de homicidio doloso, y las semanas finales del año suelen concentrar repuntes significativos.
Registros del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública muestran que diciembre no representa una pausa en la violencia letal. En varios años, la última semana del mes acumula un número de asesinatos superior al promedio mensual, un patrón que se repite incluso en contextos de mayor despliegue policial.
Las propias autoridades reconocen que las fechas decembrinas alteran la dinámica cotidiana del riesgo. Aumenta la movilidad nocturna, el consumo de alcohol y las reuniones comunitarias en calles y espacios abiertos. A ese contexto se suma una constante: la portación ilegal de armas y la práctica de disparos al aire, una costumbre que cada año vuelve a aparecer pese a los llamados oficiales para evitarla.
Organizaciones civiles como Causa en Común han documentado que diciembre concentra un alto número de agresiones armadas que no están vinculadas a enfrentamientos entre grupos criminales, sino a riñas, conflictos vecinales o celebraciones que escalan de forma violenta. La Fiscalía estatal, por su parte, ha señalado que durante las festividades aumenta la incidencia de homicidios en colonias habitacionales y zonas urbanas, no solo en regiones rurales o de disputa territorial abierta.
El resultado es una Navidad vivida bajo cálculo. En muchas comunidades, las reuniones se adelantan o se acortan. Las calles se vacían más temprano. Las celebraciones se trasladan al interior de las casas. No es una excepción de temporada, sino la continuidad de una normalidad marcada por la alerta.
Para miles de familias michoacanas, el temor no es abstracto ni estadístico. Es la posibilidad concreta de un disparo perdido, de quedar atrapados en una balacera o de que una celebración termine en tragedia. La violencia no irrumpe en la Navidad; la acompaña.
Así llega Michoacán al cierre del año: entre luces encendidas, rezos colectivos y una violencia que no distingue fechas. Una violencia que atraviesa el calendario y vuelve a recordar que, incluso en las noches pensadas para celebrar, la paz sigue siendo una deuda pendiente.