Hay ciudades donde el sonido de un disparo es una interrupción. En Uruapan, es parte del ritmo urbano.

La mañana del 3 de abril, en la colonia Los Laureles, un grupo de hombres armados se enfrentó a la Policía Municipal durante un operativo. Los agresores huyeron y dejaron atrás una camioneta. No hubo heridos ni muertos. El parte oficial fue breve, la alarma ciudadana mínima.

En Michoacán, la línea entre operativo y combate es difusa. En lo que va del año, se han registrado más de 500 eventos armados en el estado, y Uruapan concentra una porción importante de ellos.

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Son enfrentamientos que ocurren sin declarar una guerra, pero que revelan la intensidad de un conflicto que se libra a diario, sin reconocimiento institucional.

El lenguaje de las autoridades suele ser técnico: aseguramiento, neutralización, inhibición. Pero en el fondo, los términos no pueden esconder que, para quienes viven ahí, la violencia ya no se experimenta como excepción sino como cotidianidad. Se adaptan. Se callan. Sobreviven.

El problema es que cuando una ciudad se acostumbra a los disparos, pierde la capacidad de reaccionar. Y esa es, quizá, la peor de las victorias para los violentos.