Enseñar a los nietos, una herencia que asegura la Danza de los Viejitos
evangelio | 12 octubre, 2024

Con el sol del medio día, la Plaza de Armas de Morelia aprovecha para cobrar vida con el pasar de los turistas, y el inconfundible sonido instrumental de la Danza de los Viejitos, un espectáculo lleno de tradición que Joel Orozco ha mantenido vivo gracias a su familia.

Desde niño, la danza ha sido una parte esencial de su vida. Una herencia de su abuelo, quien fue su primer maestro a los 5 años, y para Joel, bailar no es solo una tradición, sino una forma de vida que ha mantenido al pasar de 50 años, a pesar del cansancio físico que conlleva.

“Mi amigo, la danza es una reliquia, a veces se abren los pies o se agrietan los dedos por la fuerza del golpe, pero no deja de ser mi pasión”, dice Joel, mientras observa con orgullo a sus nietos, Ángel de 5 años y Antoni de 8.

Acompañando a su abuelo frente a curiosos, los pequeños siguen sus pasos entre giros y zapateos, para que el público los recompense con una moneda, un billete, o de pérdida, el aplauso.

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A sus 58 años, Joel admite que siente el desgaste en sus piernas y pies, después de tantos años golpeando el suelo con fuerza, aunque su pasión al danzar no ha cambiado ni un poco, pues su abuelo le enseño que el danzar era una ofrenda a Dios para agradecer por las cosechas en el campo, y ahora, por el sustento que le trae esta danza.

“Mi abuelo siempre decía que era un tributo a la cosecha, él era campesino aunque sus hermanos decían que era una burla a los españoles”, comparte Joel, quien aprendió la tradición a temprana edad y que ahora, la transmite con orgullo a sus nietos, asegurando que la danza continúe otra generación más.

Hoy, sus nietos se convierten en los guardianes de esa memoria, con sus sombreros con listones arcoíris, la indumentaria de viejito, y hasta la joroba para bailar, y especialmente Antoni, el mayor, que parece haber heredado la destreza natural de su abuelo cuando baila a los pies de catedral.

Cuando le preguntamos a Antoni si le gusta que lo vean bailar, el pequeño, con la timidez propia de un niño de ocho años, asiente con la cabeza. Después, nos asegura que quiere bailar hasta llegar a la edad de su abuelito, aunque en el futuro se dedique a otra cosa.

Texto y fotos: Asaid Castro/ACG

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