Nacido en enero de 1869 en la aldea siberiana de Pokrovskoye en una familia de campesinos, Grigori Yefímovich Rasputín se convirtió en una de las figuras más influyentes en la corte del zar Nicolás II, especialmente en la vida de su esposa Alejandra.
Rasputín, en su juventud, era analfabeto en gran medida, apenas sabía leer y escribir, y solía caer en la tentación del alcohol y el robo, incluso fue golpeado por un vecino tras ser sorprendido en uno de sus delitos.
Ese evento, sumado a su frágil salud, lo llevó a transformar completamente su vida, iniciando una serie de peregrinaciones por monasterios y lugares sagrados en Rusia, ganándose el título de “hombre de Dios”.
En 1887, se casó con una mujer llamada Praskovia y juntos tuvieron siete hijos, aunque solo tres, Matryona, Varvara y Dimitri, sobrevivieron hasta la adultez. Cerca de 1892, abandonó a su familia para emprender un extenso viaje por el norte de Europa, los Balcanes y el Medio Oriente, donde ganó fama como sanador.
Regresó a Rusia en 1903 y se estableció en San Petersburgo, la capital y residencia de la corte de los Románov. Rápidamente atrajo la atención de las élites aristocráticas por su supuesta capacidad curativa y su mística.
La renombre de Rasputín, que combinaba sus habilidades sanadoras con su talento como orador, lo llevó a ser convocado por el zar y la zarina para atender a su hijo; después de unas semanas bajo el cuidado del monje siberiano, la salud del joven Alekséi mejoró considerablemente.
Ese “milagro” le permitió entrar en la vida de la familia imperial, a la que estuvo cercano, aunque algunos estudios recientes sugieren que no tanto como se había creído.
Además, la relación entre la zarina y el místico ruso, que se intensificó a partir de entonces, alimentó rumores sobre una posible relación amorosa entre ambos.
A pesar de todo, la relación de amantes entre ellos nunca ha podido ser comprobada y parece bastante poco probable debido a las dificultades para mantener la intimidad sin testigos y a las marcadas diferencias sociales, entre otros factores.
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De hecho, aunque existieron numerosos rumores sobre la habilidad de Rasputín en el ámbito amoroso, algunos estudios recientes sugieren que podría haber sido impotente.
Además de esos rumores, la singular y enigmática figura de Rasputín en el círculo más influyente del Imperio generó envidias entre la nobleza, que no comprendía cómo un “simple campesino” había logrado ganarse el favor de la familia real en su detrimento.
Más allá de la familia Románov, muchos otros estaban interesados en recibir la atención de Rasputín y escuchar sus enseñanzas, convirtiéndose en habituales las reuniones masivas en su departamento de San Petersburgo.
La notable presencia de jóvenes mujeres dio lugar a diversas teorías, que iban desde su supuesta afiliación a una secta (estando relacionado desde su juventud con los jlysti, que creían en la salvación a través de la autoflagelación y ritos orgiásticos) hasta la promoción de ideas revolucionarias.
Esos rumores se veían alimentados por la conocida afición del monje por el alcohol, sus escapadas sexuales y las relaciones ambiguas que mantenía con mujeres de la alta sociedad.
Aunque la influencia política de Rasputín no fue significativa en los años precedentes, a partir del inicio de la Primera Guerra Mundial, con el zar Nicolás II ausente, su presencia se volvió mucho más impactante, llegando incluso a asumir ciertas responsabilidades gubernamentales e influyendo de manera más directa en la zarina Alejandra.
En diciembre de 1916, un año antes de que estallara la Revolución Rusa, un grupo de conspiradores lo invitó a una cena en el palacio Moika con el propósito de envenenarlo.
Sin embargo, eliminar a Rasputín resultó ser una tarea complicada; cuando el cianuro no tuvo el efecto esperado, Yúsupov le disparó, creyendo que lo había matado.
Al volver para deshacerse del cadáver, se dio cuenta de que el monje aún estaba vivo, por lo que tuvo que rematarlo con otros dos disparos y numerosos golpes antes de arrojar su cuerpo al helado río Neva. Un asesinato “casi” imposible que requirió cinco intentos.
Entre los mitos más conocidos sobre el místico ruso, resalta el que se relaciona con el tamaño de su órgano genital.
Aunque la autopsia de su cuerpo no informó de ninguna castración, el supuesto pene del místico, que mediría 30 centímetros, se encuentra conservado en el Museo del Erotismo de San Petersburgo, donde es su principal atractivo.