Escuelas sin noche en Michoacán
evangelio | 1 agosto, 2025

En Michoacán, decenas de escuelas han dejado de operar por las tardes sin que exista un decreto oficial. No fue una orden administrativa ni una reforma educativa, sino una decisión impuesta por el miedo. El turno vespertino ha desaparecido en silencio, como desaparecen muchas cosas en este estado: sin firma ni anuncio, pero con consecuencias palpables.

La transformación no fue inmediata. Desde 2021, el cierre parcial o total de planteles comenzó a evidenciarse en zonas como Tierra Caliente, la Meseta Purépecha y el Bajío michoacano. En municipios como Coalcomán, Chinicuila, Tepalcatepec, Aguililla y Buenavista, al menos 13 escuelas cerraron sus puertas debido a amenazas directas del crimen organizado, balaceras en las inmediaciones o desplazamiento forzado de docentes. En algunos casos, los maestros dejaron de presentarse por riesgo inminente; en otros, fueron las propias comunidades quienes decidieron no enviar más a sus hijos por las tardes. El temor se volvió política educativa no oficial.

En 2025, el caso de Zitácuaro confirmó lo que ya era una tendencia. Tras múltiples enfrentamientos entre grupos criminales durante el primer semestre del año, secundarias como la Técnica 49 y la Nicolás Romero suspendieron indefinidamente las clases vespertinas. Un video que circuló en medios locales mostró a estudiantes refugiados bajo sus pupitres, mientras afuera se escuchaban ráfagas de alto calibre. La escena sirvió como advertencia para otros municipios: cuando el sonido de la campana coincide con el de las balas, se termina el aprendizaje.

Te puede interesar: Cherán mantiene blindaje ante ataques del crimen organizado

Hoy, el turno vespertino persiste solo en los registros administrativos. En la práctica, miles de estudiantes se han visto obligados a abandonar esa franja horaria. Las escuelas reconfiguraron sus operaciones: aulas saturadas en la mañana, horarios comprimidos, jornadas aceleradas. En muchas comunidades, los grupos vespertinos simplemente desaparecieron. Las autoridades educativas han guardado silencio ante esta modificación estructural. No existe pronunciamiento formal que reconozca la supresión del turno vespertino ni un diagnóstico público sobre su impacto. Tampoco hay cifras oficiales de cuántos niños han quedado sin acceso a clases.

En comunidades rurales e indígenas, el efecto ha sido aún más severo. En la Meseta Purépecha, donde muchas familias dependen de ciclos agrícolas, el turno vespertino era el único viable. Los estudiantes que antes asistían por la tarde ahora enfrentan trayectos más largos, jornadas menos compatibles con el trabajo familiar o, en muchos casos, el abandono escolar. El transporte escolar es inexistente en muchas regiones. La reorganización no es una simple reprogramación: implica exclusión.

Aunque la Secretaría de Educación Pública reportó que más de 11 000 escuelas concluyeron el ciclo 2024–2025 en Michoacán, ese dato oculta la dimensión del ajuste. Con la reducción del tiempo en el aula, también se han recortado actividades culturales, deportivas y de reforzamiento académico. Aprender se ha vuelto un acto comprimido, y enseñar, un ejercicio de alerta. En algunos planteles, los docentes inician sus clases con simulacros de evacuación. En otros, las madres acompañan las rutas escolares como escoltas informales. La escuela ha dejado de ser un espacio seguro.

Este fenómeno no se limita a Michoacán. En Guerrero, Zacatecas y ciertas regiones de Jalisco y Veracruz, comunidades también han optado por modificar los horarios escolares ante el riesgo de violencia. Sin embargo, es en Michoacán donde la decisión de cancelar el turno vespertino se ha convertido en práctica sistemática. Lo que en otras entidades ocurre de forma puntual, aquí se normalizó. Y ese matiz es clave para entender el peso que tiene el crimen sobre las estructuras más básicas de la vida pública: si la escuela ya no puede garantizar ni el horario completo, el futuro también empieza a recortarse.

El crimen no aparece en los comunicados oficiales, pero ha dejado marcas en los horarios, en las rutinas, en la pedagogía forzada por la urgencia. La violencia ha impuesto un nuevo calendario: uno sin tardes, sin sombra, sin juego. En Michoacán, la jornada escolar ya no se interrumpe al sonar la campana, sino al caer la tarde. La educación perdió medio día, y con ella, miles de niños perdieron también parte de su derecho a aprender.

Esta no es una anécdota, es una transformación estructural. Lo que comenzó como una medida temporal de autoprotección se ha convertido en una práctica aceptada, instalada, normalizada. El silencio institucional ante el fenómeno no solo es preocupante, sino revelador: si una comunidad ya no puede sostener dos turnos por miedo, ¿puede considerarse realmente en paz?

En el mapa educativo de México ya no basta con contar cuántas escuelas están abiertas. Ahora hay que preguntarse cuántas operan solo medio tiempo, cuántas lo hacen vigiladas, cuántas lo hacen a contrarreloj. Porque detrás de cada horario recortado hay una historia de miedo sin procesar, una política sin nombre y un país que no se atreve a preguntar por qué los niños dejaron de ir a la escuela por la tarde.

Comparte