Lo de Alfonso Martínez Alcázar se convirtió en un espectáculo visual digno de cualquier antro de la zona de Altozano. Con luces neón, una esfera que se asemejaba al Sphere de Las Vegas, cuatro pantallas gigantes, herramientas de inteligencia artificial, pero sobre todo, con la etiqueta de exclusividad que presume cualquier fiesta privada y de elite, el Centro Administrativo Morelia fue el escenario del primer informe de gobierno del alcalde.
A los alrededores del recinto, la tónica era la misma. La pintoresca calle Eduardo Ruiz del Centro Histórico nunca había lucido tan elegante como esa tarde. Personal del Ayuntamiento cumplía a cabalidad con el código de vestimenta previamente impuesto, y asumiendo el papel de cadeneros, decidían quién podía ingresar-o no- al supuesto evento de carácter ciudadano.
El primer filtro para atraer las miradas de los hombres “trajeados” era el tipo de automóvil que se acercaba a la zona. Si éste contenía las cualidades de ser de primera gama, último modelo o brillaba como dicen que brilla esta ciudad, los cadeneros se acercaban apresurados a dar la bienvenida. “Seguramente es alguien importante”, era el pensamiento que delataban sus movimientos corporales.
Pero en cambio, si el carro que se atrevía a circular por el área era un modelo que, a los ojos de la banalidad, se exhibía indiferente, insípido y demasiado gris para esta fiesta, los elementos de la Policía Morelia se encargaban de desviarlos desde la calle Guillermo Prieto.
Para los peatones la cosa tampoco estaba fácil. Si bien podías transitar por las inmediaciones de lo que antes intentó ser un espacio cultural okupado (Foro Cepa), acceder al informe gubernamental ya era otra cosa más compleja.
Como en cualquier inauguración de antro de moda, unas pulseras que se entregaron selectivamente y a discreción, eran el pase directo a la función política que, a decir del propio edil, tuvo un costo general que ronda entre los 1.5 y 2 millones de pesos. “Nos gusta romper esquemas”, expresó previamente Martínez Alcázar.
Pero como la inclusión forzada es lo de hoy, a las afueras del sitio hubo un espacio designado para aquellos comerciantes y sindicatos-que obligados o no- se dedicaron a lanzar porras a favor del protagonista de esta historia. “¡Alfonso, amigo, el mercado está contigo!”, gritaban una y otra vez, como quien ensaya el coro escolar.

A la llegada del alcalde, y tras los respectivos saludos y apapachos populares, la mayoría de los que, minutos antes parecían pertenecer a un grupo de animación eufórico y pambolero, se dispersaron rápidamente para dejar la vialidad en soledad.
Adentro, el panorama fue el esperado: abrazos entre la clase política, líderes empresariales, magnates religiosos y todo eso que se entiende por poderes fácticos. Sonrisas, fotografías, más sonrisas y un tanto de validación en las redes sociales individuales de los presentes.
En la parte informativa, la cosa fue más genérica. Siguiendo las tendencias que dictan que la formalidad y los estrados pertenecen a la vieja política, el presidente municipal utilizó un micrófono inalámbrico y caminó por el escenario como lo hace un frontman o standupero.
Con cifras que se sentían ajenas en los rubros de obra pública, atención social, turismo, deporte, cultura, inclusión, programas educativos y un adelanto de los proyectos que se vienen, fue la manera en que Alfonso Martínez sostuvo su discurso para asegurar que Morelia va caminando bien, o con visión, como ha repetido en las últimas semanas, cuando su rostro comenzó a aparecer en espectaculares por toda la ciudad.
Tras el costoso informe burocrático, y como no podía ser de otra manera, en el Centro Administrativo retumbaron los prolongados aplausos y las mutuas felicitaciones entre todos los miembros del gabinete. Sin embargo, una gran fiesta no merecía un final prematuro; por ello, aplicando la vieja máxima de “que la noche es joven”, un reducido grupo de invitados se trasladó a Palacio Municipal, donde el after ya los esperaba.
