La exposición “Pop, político, punk” presentada por el Museo de Arte Moderno de la Ciudad de México, aunque atrae con su título, incurre en imprecisiones conceptuales, lo que la hace oscilar entre la falta de comprensión artística, la falta de rigor curatorial y la falta de responsabilidad museística.
Por ejemplo, el estilo de abstracción geométrica de Hersúa, Goeritz y Helen Escobedo no se ajusta al movimiento del arte pop, y la pintura negra y matérica de Beatriz Zamora no representa el arte punk.
La relación entre las obras expuestas y las estéticas pop y punk es confusa, mientras que la sección política se centra en imágenes que documentan eventos específicos.
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A pesar de las fallas, la exposición busca enriquecer la comprensión de la producción artística moderna y posmoderna; la muestra resulta interesante y disfrutable gracias a la presencia de numerosas obras que marcaron la escena de las artes visuales en México desde los años sesenta hasta la primera década del siglo XXI.
Entre las obras más destacadas se encuentran los “Autorretratos religiosos”, de Gustavo Monroy, una propuesta audaz y profana de 1986 que esconde una profunda búsqueda espiritual detrás de su aparente sarcasmo.