La mañana de este miércoles, la comunidad de Tzintzimeo, en el municipio de Álvaro Obregón, amaneció con una escena de horror: los cuerpos de un hombre y una mujer fueron encontrados dentro de la cajuela de una camioneta abandonada.
El vehículo, una unidad negra sin placas, llevaba horas estacionado en una brecha cercana a la carretera, pero fue hasta entrada la mañana que un vecino alertó a las autoridades.
Policías municipales y peritos forenses se trasladaron al sitio; al revisar el interior de la unidad, confirmaron el hallazgo: dos cadáveres con signos evidentes de violencia, ejecutados con arma de fuego y ocultos en la parte trasera.
Las víctimas, de entre 25 y 35 años según estimaciones, no portaban identificación; en tanto que la camioneta fue asegurada y trasladada para análisis pericial.
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De acuerdo con versiones de vecinos, no se escucharon disparos durante la madrugada, lo que refuerza la hipótesis de que el doble homicidio ocurrió en otro lugar y que Tzintzimeo fue elegido únicamente como punto de abandono.
La Fiscalía de Michoacán abrió una carpeta de investigación por homicidio doloso, aunque al momento no hay líneas claras de responsabilidad ni personas detenidas.
Tan solo en los primeros cuatro meses de 2025, Michoacán ha registrado más de 560 homicidios dolosos, de acuerdo con cifras del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública.
La mayoría de ellos han ocurrido fuera del radar mediático, en comunidades pequeñas donde los cuerpos aparecen sin nombre y los responsables, sin rostro.
En municipios como Álvaro Obregón, la violencia no necesita espectacularidad para ser devastadora. Los crímenes se cometen en silencio, entre caminos polvosos y rancherías sin vigilancia. Y mientras las autoridades reparten comunicados, los familiares entierran cuerpos sin justicia y las comunidades se acostumbran, lentamente, a vivir con miedo.