En los últimos meses, la atención internacional se centra en la guerra entre Israel y Hamás y sus repercusiones en Gaza; sin embargo, existe otra confrontación, estrechamente relacionada con la anterior: la disputa entre Israel y la milicia chiíta Hezbolá en Líbano.
Esa contienda suele ser catalogada como una “guerra de baja intensidad”, aunque dicha denominación puede ser engañosa. En realidad, se trata de una situación en la que Hezbolá continuamente ataca desde territorio libanés hacia el norte de Israel, mientras que el Ejército israelí responde bombardeando posiciones de la organización y eliminando a sus líderes y miembros.
Desde el inicio de la confrontación, Hezbolá ha lanzado casi dos mil ataques contra Israel, utilizando misiles, proyectiles y cohetes, además de drones explosivos. En los últimos días, la cantidad de israelíes afectados por los ataques de Hezbolá, especialmente mediante el uso de drones, ha aumentado significativamente.
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El enfrentamiento se inició el 8 de octubre, cuando Israel lanzó una ofensiva contra Hamás en la Franja de Gaza, como respuesta, Hezbolá empezó a atacar la región de Galilea en Israel, en solidaridad con los palestinos.
Su líder, Hassan Nasrallah, ha dejado claro que no cesarán sus ataques hasta que Israel detenga sus acciones en Gaza.
Israel respondió de inmediato, pero tratando de evitar una guerra a gran escala, prefiriendo no involucrarse en un conflicto en dos frentes simultáneos.
Su objetivo es alejar a Hezbolá de la frontera, siguiendo la Resolución 1701 del Consejo de Seguridad de la ONU que finalizó la Segunda Guerra en Líbano en 2006.
Existe un gran riesgo para Israel en el norte, ya que temen que pueda repetirse lo ocurrido en el sur, con un ataque masivo por tierra a través de túneles de Hezbolá que lleguen a localidades civiles en Galilea. Este peligro es considerado muy real.