Japón: del aislamiento nacionalista a potencia imperialista
evangelio | 17 noviembre, 2024

Durante el shogunato Tokugawa, Japón vivió un prolongado período de aislamiento del mundo exterior, lo que fomentó un fuerte sentido de nacionalismo entre su población.

Sin embargo, el aislamiento se vio abruptamente interrumpido en 1858 con la firma del Tratado Harris, el cual no solo abrió las puertas del país al comercio internacional, sino que también impuso “acuerdos desiguales” que permitieron la extraterritorialidad a potencias extranjeras.

La situación generó una profunda indignación en la sociedad japonesa y culminó en la guerra Boshin (1868-1869), que resultó en la caída del shogunato y la restauración del poder del emperador.

La nueva élite gobernante adoptó una postura dual: por un lado, buscaban modernizar el país, y por el otro, enfrentaban el rechazo a las potencias occidentales, lo que dio paso al periodo Meiji, cuyo objetivo era transformar a Japón en una potencia internacional.

Así, el nacionalismo japonés evolucionó, pasando de un enfoque aislacionista a uno imperialista, influenciado por modelos europeos, en particular el alemán.

El nuevo nacionalismo se caracterizó por un fuerte componente étnico y un culto al emperador, quien se convirtió en el símbolo de un patriotismo excluyente.

La Restauración Meiji no solo devolvió el poder al emperador, sino que también dio inicio a un proceso de modernización que implicó la adopción de tecnologías y modelos de desarrollo europeos.

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Durante ese periodo, se promovió una identidad nacional basada en la unidad étnica y la lealtad al emperador. Esas transformaciones llevaron a Japón a consolidarse como una potencia imperial con una política exterior agresiva hacia otras naciones asiáticas.

El culto al emperador se convirtió en un símbolo de unidad y nacionalismo, marcando una transición de un enfoque aislacionista a uno imperialista, respaldado por una ideología de superioridad cultural.

La victoria de Japón en la guerra ruso-japonesa de 1905 subrayó el cambio de poder en el Extremo Oriente y facilitó la anexión de Corea en 1910, posicionando a Japón como una potencia emergente.

A pesar de las dificultades económicas, Japón logró beneficiarse del apoyo estadounidense y se unió a los Aliados en la Primera Guerra Mundial, logrando consolidar su estatus como potencia mundial.

Sin embargo, la represión en Corea y las demandas en China avivaron el nacionalismo, mientras que el ascenso de grupos extremistas amenazaba la democracia.

La crisis económica de 1929 exacerbó esos problemas y condujo a la militarización del país, que culminó con la ocupación de Manchuria en 1931.

En su afán de expandir su imperio en Asia, Japón perpetró una brutal masacre en Nankín y firmó el Pacto Antikomintern con Alemania en 1936.

Con el deterioro de las relaciones con Estados Unidos, Japón ocupó Indochina francesa y enfrentó un embargo de petróleo en respuesta.

Ignorando un ultimátum estadounidense, el 7 de diciembre de 1941, Japón bombardeó Pearl Harbor, declarando la guerra a los Aliados.

Ese evento marcó el fracaso del régimen democrático en Japón, permitiendo la ascensión de extremistas militares y, eventualmente, conduciendo al país a una devastadora derrota y a una crisis económica sin precedentes.

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