El 28 de septiembre de 2019 un tranquilo mediodía se tornó en tragedia para millones de melómanos y bohemios en México. Había muerto el Príncipe de la Canción, el intérprete de temas que todos poníamos en la borrachera, cuando la madrugada y el alcohol se hacían un solo ente en nuestros maltrechos cuerpos. La noticia trascendió por todas partes, sitios como El País, la BBC, El Mundo, el New York Times y DW daban cuenta del deceso, que para entonces se sumaba a otros de legendarias estrellas como Rocío Dúrcal (2006) y Juan Gabriel (2016), además de Camilo Sesto, que había emigrado a otro plano apenas tres semanas antes. Curiosamente, los cuatro posaron para una legendaria fotografía que así se hizo viral en las redes sociales.
José José conmovió a distintas generaciones e hizo añicos las fronteras de los géneros, pues podrías ser el punketo más aferrado, el metalero más maldito o un amante de los corridos, pero nadie, o prácticamente nadie, se podía resistir a cantar una de las inmortales obras de un baladista que se dio a conocer en la década de los setenta, cuando interpretó de forma magistral El Triste en el Festival Internacional de la Canción, luego conocido como OTI.
A partir de ahí, el nacido en la Ciudad de México se convirtió en un artista imprescindible para la canción latina, firmando obras que jamás han sido olvidadas y que han merecido todo tipo de reinterpretaciones hechas por bandas de rock, hip hop o cumbia. Prueba de ello fue el disco Un Tributo (1998) que contó con colaboraciones de Julieta Venegas, Molotov, Jumbo y Beto Cuevas, entre otros, una muestra del respeto para una generación que entonces presumía mucha juventud.
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José José ganó todo: Gammys, Billboards, una estrella en el Paseo de la Fama de Hollywood y hasta un premio TV y Novelas, pues también tuvo su faceta como actor de películas y culebrones televisivos.
Hijo de un padre alcohólico, el bautizado como José Romulo Sosa Ortiz no pudo escapar de esa maldita herencia y también cayó en el fango de las adicciones desde que tenía 15 años, cuando además aspiró sus primeras líneas de cocaína. Durante toda su carrera cayó una y otra vez, se levantó las mismas ocasiones y volvía de nuevo al infierno. Su voz, ese milagro que le dio la naturaleza, se fue descomponiendo con los años, al grado de ofrecer conciertos lamentables en vivo. Tuvo tantas enfermedades como éxitos en la radio: depresión, enfisema, neumonía, ganglios, diabetes, parálisis de Bell, retinopatía diabética, gastritis y cataratas, hasta que finalmente el cáncer de páncreas lo apagó para siempre, mientras convalecía en un hospital de Florida, en los Estados Unidos.
El intérprete de La Almohada, Lo pasado, pasado, La Nave del Olvido y El amar y el querer solo durmió su cuerpo, pues la presencia de su voz se aparece cada noche en el México contemporáneo, lo mismo en una cantina, en un bar, en un antro, en una habitación solitaria o en una reunión de amigos que, más tarde que temprano, seleccionarán una de sus canciones para confirmar que en esta vida todos somos un payaso y qué le vamos a hacer.