Un nuevo estudio publicado en Nature Human Behaviour plantea que la amistad podría estar escrita en la actividad cerebral antes de cualquier encuentro social. Investigadores midieron la respuesta neuronal de estudiantes universitarios frente a una serie de videoclips y descubrieron que aquellos cuyos patrones de activación eran más similares tendían a convertirse en amigos meses después.
La investigación analizó a 41 alumnos de un máster que fueron sometidos a resonancias funcionales (fMRI) apenas tres días después de llegar al campus, antes de conocerse.
Ocho meses más tarde, los pares que habían consolidado una amistad mostraban desde el inicio mayor sincronía en áreas clave como la corteza orbitofrontal izquierda, vinculada a la valoración de lo que resulta significativo. Esa sintonía se reflejó también en regiones relacionadas con la atención, la emoción y la interpretación de narrativas.

Los resultados sugieren la existencia de una “homofilia neural”: una compatibilidad cerebral previa que facilita que dos desconocidos establezcan vínculos duraderos. El hallazgo va más allá de factores como edad, género o nacionalidad, ya que incluso tras controlar estas variables, la similitud neural seguía anticipando quién se acercaría con el tiempo.
Esto indica que las afinidades no solo se basan en gustos o demografía, sino en cómo procesamos la información y el mundo que nos rodea.
Aunque el trabajo es observacional y requiere cautela antes de generalizar, abre la puerta a aplicaciones en educación, entornos laborales y modelos de cohesión social. La conclusión es clara: no elegimos amigos al azar.
Nuestro cerebro, sin que lo sepamos, ya apunta hacia quienes ven, sienten y piensan de forma parecida a nosotros mucho antes de compartir la primera charla.