Morelia no solo conserva uno de los centros históricos más imponentes de América Latina: también presume una textura única, una tonalidad que la identifica, una piedra que ha marcado su trazo urbano durante siglos. La cantera rosa, extraída de sus tierras y labrada por generaciones de artesanos, es el material que dio forma a más de mil cuatrocientos edificios, desde portales barrocos hasta cúpulas, acueductos y plazas públicas. Gracias a ese carácter arquitectónico fue declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad en 1991, y desde entonces, llamada con orgullo la ciudad de cantera rosa. Pero mientras sus estructuras siguen en pie, late una contradicción dolorosa: el oficio que las esculpió está en proceso de desaparición. El arte de trabajar la piedra, transmitido durante siglos por observación y herencia, hoy resiste sin alumnos, sin apoyo institucional, sin espacio en la economía local. La piedra permanece. El oficio se agrieta.
Oficios sin relevo y con poco registro
La cantería, oficio tradicional en Morelia, Tlalpujahua y Tzintzuntzan, ha perdido vigor generacional. Hoy es difícil hallar jóvenes interesados en aprender un arte físicamente demandante, sin orientaciones formales, con baja demanda y escasa remuneración. Esto rompe el antiguo relevo oral y familiar que lo mantenía vigente.
Mientras otras artesanías michoacanas, como el cobre martillado, la plumería o la alfarería de Capula, gozan de mercados consolidados y promoción institucional, la cantería de Morelia permanece casi invisible.
Apoyos institucionales, pero limitados
La Casa de las Artesanías de Michoacán, en el exconvento de San Buenaventura, es el principal espacio público de promoción artesanal, pero prioriza expresiones como textiles, madera y cerámica, relegando la cantera a un segundo plano en exhibición y formación.
Aunque la cantería de Morelia es una marca colectiva registrada para proteger el oficio, su visibilidad real es mínima; pocos artesanos la usan y no cuenta con canales de venta establecidos.
¿Cuántos canteros quedan?
En 2020, según estimaciones del propio gobierno estatal difundidas en medios regionales, se contabilizaban menos de cuarenta canteros activos en Morelia. Aunque ese número no fue documentado formalmente en un censo oficial, coincidía con la percepción de los propios artesanos y funcionarios del Instituto del Artesano Michoacano, que ya alertaban sobre la reducción crítica del gremio.
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A falta de cifras más recientes y con el Censo Nacional de Artesanos careciendo de un desglose por oficio y ciudad, ese dato, aunque no oficializado, sigue siendo un referente alarmante sobre la dimensión del problema. En mayo de 2022, por ejemplo, solo diecinueve canteros participaron formalmente en la quinta Expo Feria de la Cantera de Morelia, lo cual refuerza la idea de que el oficio sobrevive, pero en mínimos históricos.
Una tradición en pausa
Los pocos talleres activos en el Centro Histórico realizan trabajos de restauración o encargos aislados. Están fuera de circuitos turísticos, sin formación vocacional ni espacios de visibilidad comercial. El oficio resiste, pero al borde del silencio.
Reconectar con el futuro
La preservación de la cantería no puede depender únicamente de la nostalgia o la buena voluntad de sus últimos practicantes. Existen modelos concretos, tanto en Michoacán como en otros estados, que han demostrado ser eficaces para rescatar oficios en riesgo mediante políticas culturales sostenidas. La integración del oficio en planes de estudio técnico-artesanales, como los que ya existen en instituciones como el CECATI o universidades tecnológicas en municipios como Uruapan y Pátzcuaro, podría aplicarse en Morelia para formar nuevas generaciones de talladores con respaldo académico y certificación.
Además, el diseño de experiencias turísticas vivenciales, como ocurre en talleres de cobre en Santa Clara o de textiles en Aranza, permitiría no solo preservar la técnica, sino convertir los espacios de trabajo en puntos de interés económico y cultural. El turismo cultural representa un canal legítimo para sostener oficios, siempre que se estructure con respeto, narrativa y calidad.
Por otro lado, el relanzamiento de la marca colectiva de la cantera rosa debería acompañarse de ferias especializadas, presencia en puntos de venta turística y plataformas de e-commerce cultural, como ya lo hacen otras regiones del país con el respaldo de instituciones como Fonart. Solo así se dignifica el trabajo artesanal, se rompe la informalidad y se construyen mecanismos de justicia económica para los creadores.
Preservar la cantera no significa solo conservar una técnica: es proteger una forma de leer y esculpir la ciudad.
Cierre reflexivo
La cantera rosa es más que piedra: es memoria esculpida con manos expertas. Sin su presencia, Morelia conservará la belleza, pero perderá el latido. Si no actuamos ahora, podría quedar solo un retrato pétreo, con su esencia suspendida.