Morelia es hoy una capital en expansión. La población supera los 740 mil habitantes y su zona metropolitana se acerca al millón, una escala que obliga a crecer hacia nuevos rumbos. En el paisaje urbano ya no sorprende encontrar laderas cubiertas de casas, fraccionamientos en los bordes de la ciudad o colonias recién formadas que buscan consolidarse. La necesidad de vivienda es real y responde a un ritmo de crecimiento que no se detiene. Sin embargo, el modo en que la ciudad se expande revela un patrón preocupante: se multiplican los asentamientos irregulares y los fraccionamientos que permanecen semivacíos, sin servicios completos ni conexión con la vida urbana.
Hoy se contabilizan al menos 231 colonias irregulares oficialmente identificadas, aunque otras fuentes elevan la cifra a 250 e incluso a 260. En 2023, el cálculo rebasaba los 500 asentamientos, de los cuales apenas 230 estaban en proceso de regularización. En 2025 el Ayuntamiento presume haber incorporado más de 5 mil 800 lotes al marco legal, pero la brecha entre lo regularizado y lo que sigue al margen sigue siendo amplia. El fenómeno no es menor: cada asentamiento implica familias que levantan viviendas en terrenos con títulos dudosos, sin agua ni drenaje, y que dependen de una promesa futura de integración a la ciudad.
A este panorama se suma el de los fraccionamientos dormitorio. En la zona poniente, miles de casas construidas como vivienda social permanecen cerradas o abandonadas, algunas vandalizadas o invadidas. Se calcula que más de 20 mil viviendas en Morelia están en esa condición, y algunas estimaciones elevan la cifra hasta 60 mil. Muchas de ellas nunca fueron habitadas, otras se desocuparon por la falta de transporte, escuelas o servicios básicos. Lo que nació como una solución terminó convertido en un corredor de viviendas fantasma.
Las consecuencias son palpables. La movilidad se vuelve un desafío diario: recorrer largas distancias hasta los centros de trabajo o estudio implica costos adicionales y pérdida de tiempo. La desigualdad se refuerza: mientras algunos fraccionamientos cerrados cuentan con agua segura, vigilancia y vialidades modernas, colonias en laderas como Quinceo o la Virgen padecen tandeos y riesgos de deslaves. También la inseguridad encuentra espacio en estas zonas, donde la falta de vida comunitaria y la ausencia de servicios generan condiciones de vulnerabilidad.
El problema de fondo es que Morelia construye más viviendas que ciudad. El modelo privilegia la expansión hacia la periferia, con desarrollos que se levantan rápido y sin una red integral de transporte, servicios o espacios públicos. El municipio llega después, con intentos de regularización, pero los costos sociales y ambientales ya se han acumulado. Así, la capital se fragmenta en barrios desconectados que carecen de cohesión, mientras el centro urbano concentra inversión y vida económica.
Morelia fue durante décadas un ejemplo de ciudad intermedia con calidad de vida. Hoy enfrenta la disyuntiva de seguir extendiéndose con colonias que tardan años en consolidarse, o repensar un modelo urbano que privilegie la integración y la equidad. Cada fraccionamiento vacío, cada colonia pendiente de regularizar, es una advertencia de que el crecimiento no puede medirse solo en número de viviendas, sino en la capacidad de ofrecer a sus habitantes una ciudad plena.