En un mundo en constante cambio, la idea de que nuestra personalidad es un rasgo fijo está siendo cada vez más cuestionada.

La evidencia sugiere que nuestro carácter y forma de ser no son inmutables, sino que pueden adaptarse y transformarse en función de nuestras experiencias y, especialmente, de nuestro entorno social.

La clave de esa transformación radica en la neuroplasticidad, la capacidad del cerebro para crear y reorganizar conexiones neuronales a lo largo de la vida.

Dicho fenómeno no solo se aplica a procesos individuales de aprendizaje y adaptación, sino que también se ve fuertemente influido por las interacciones sociales.

Un ejemplo de ello se observa cuando una persona comienza a rodearse de individuos más optimistas y proactivos; con el tiempo, es probable que esta persona adopte actitudes y comportamientos similares.

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Las relaciones más cercanas, como las de amigos, familiares o parejas, son especialmente influyentes. Estudios han demostrado que quienes experimentan cambios sustanciales en sus vínculos más íntimos también tienden a mostrar alteraciones en su personalidad.

El entorno laboral y social en general también impacta en la formación de nuestros rasgos de carácter. Por ejemplo, un ambiente de trabajo que fomente la colaboración, la innovación y el liderazgo puede facilitar el desarrollo de habilidades y cualidades de personalidad alineadas con estos valores.

Comprender el concepto de neuroplasticidad social nos ofrece una herramienta para el crecimiento personal.

Si deseamos modificar ciertos aspectos de nuestra personalidad, un primer paso efectivo podría ser la transformación de nuestro entorno social; rodearse de personas que reflejen la actitud y los valores que deseamos adoptar podría ser el impulso que necesitamos para iniciar nuestro proceso de cambio.