“Suda Fernando y suda todo el mundo” narraba Jorge “Sony” Alarcón para la televisión abierta de México. Corría el 23 de octubre del año 1981 y un beisbolista mexicano mantenía paralizado a un país que ni siquiera parpadeaba ante la pantalla.
El tercer juego de la Serie Mundial de la Major League Baseball (MLB) que se disputaba entre Los Angeles Dodgers y los Yankees de Nueva York, había puesto en el centro de los reflectores al pelotero originario del estado de Sonora: Fernando “El Toro” Valenzuela.
Con 20 años, el juvenil estaba disputando apenas su segunda temporada con el equipo “angelino”, y aunque no había hecho las cosas mal, pocos esperaban que se le asignara la responsabilidad de abrir un juego de Serie Mundial.
Por si dichas circunstancias no fueran suficientes, lo hizo en un momento bravo, pues los Dodgers venían de dos derrotas, de tal manera que un descalabro más los ponía en la lona y al borde de dejar escapar el campeonato.
Pero el pitcher introvertido y de bajo perfil, se postró en la lomita con personalidad durante las nueve entradas para encaminar una dramática victoria de 5-4 ante un estadio que no paró de celebrarlo y hacer más grande lo que ya se conocía como la “Fernandomanía”.
“Y la gente rompe el cerco de la emoción para vitorear a Fernando, ya están coreando el último out”, comentaba ante los micrófonos “Sony” Alarcón. La gente forma un panorama sensacional, se pone de pie toda como uno solo, y complementaba en la antesala de lo que sería un momento histórico para el béisbol mexicano.
Tras ponchar al bateador Lou Piniella y sellarse la victoria, sus compañeros de equipo vaciaron el banquillo para correr eufóricos hacia un Fernando Valenzuela que nunca perdió la compostura, siempre fiel a su estilo.
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En las gradas ocurría todo lo contrario. Como bien lo describió Jorge Alarcón, aquello se convirtió en un manicomio que se extendió por varios días, dando como resultado unos Dodgers imparables que consiguieron las tres victorias que significarían el título de aquel año.
Esa noche, en realidad, fue el comienzo. Fernando Valenzuela posteriormente sería nombrado “novato del año” y se le distinguió con el Cy Young, mismo que se le entrega al mejor lanzador de las Grandes Ligas.
El melenudo beisbolista jugó en total diez años para los Dodgers, se convirtió en una leyenda del equipo y la franquicia, a manera de homenaje, decidió retirar el dorsal 34 que solía utilizar.
Casi de manera poética, el pelotero murió la noche del 22 de octubre, en vísperas de un aniversario más de aquella hazaña y en el marco de una nueva Serie Mundial entre sus amados Ángeles y el clásico rival de Nueva York. Sin mucho aspaviento, “El Toro” lanzó su última bola para poner el out a una vida legendaria dentro del deporte.