Desde hace varias décadas que los grandes espectáculos en México tienen a una empresa que acapara el mercado: Corporación Interamericana de Entretenimiento (CIE), firma que está detrás de Ocesa y Ticketmaster, dupla que produce, organiza y vende los boletos para un sinfín de eventos que ocurren en grandes escenarios como el Palacio de los Deportes, Foro Sol, Pepsi Center y el Autódromo Hermanos Rodríguez.
Pese al tamaño de la firma y los años acumulados de experiencia, no han sido ajenos a problemas como la clonación de boletos, lo que ocasionó que centenares de jóvenes no pudieran entrar al concierto de Bad Bunny en diciembre de 2022 en el Estadio Azteca y luego sufrieran un engorroso trámite para recuperar su dinero.
En junio del año pasado, legisladores federales aprobaron una iniciativa para frenar abusos que son comunes, como negar el acceso a eventos pese a contar con un boleto válido, la sobreventa, el acaparamiento de entradas y negarse al reintegro total de un show cancelado.
La Procuraduría Federal del Consumidor (Profeco) estaría facultada para sancionar en caso de que la devolución del dinero tarde más de 30 días, además de que el reintegro debe incluir los costos por servicio de las boleteras. Sin embargo, las empresas mencionadas y otras del mercado nacional se han opuesto a la iniciativa, con el argumento de que cuando se cancela un show ellos ya invirtieron una cantidad que por lo tanto se convertiría en pérdida total.
En México, los eventos más importantes pasan por la dupla Ocesa-Ticketmaster: festivales como Vive Latino, Corona Capital, Flow Fest, Tecate pal Norte, EDC, Axe Ceremonia y Vaiven; la Fórmula 1 o conciertos masivos como los que Metallica, Placebo y Blink 182 ofrecerán en los siguientes meses. La pregunta se torna en si es posible organizar un concierto u otro tipo de espectáculo fuera del monopolio y las respuestas son escasas, sobre todo si se quiere hacer uno masivo.
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Una excepción a la regla la puso recientemente la banda mexicana Panteón Rococó, que el 28 y 29 de octubre ofreció sendos conciertos en el Parque Bicentenario de la Ciudad de México con una organización propia, sin preventas exclusivas patrocinadas por algún banco ni filas virtuales que solo provocan una inflación de los precios.
En una entrevista exclusiva a propósito de su participación en el Festival Jalo por la Música, Rodrigo Bonilla, integrante del grupo, señaló respecto a esa experiencia: “Cuando empezamos en esto a finales de los años 90 todo era de boca en boca, repartiendo volantes, rolando los casetes; ahora lo volvimos a hacer, convocamos a 80 mil personas de manera autogestiva, siendo el evento con más gente solo detrás de la Fórmula 1. No fuimos con una empresa grande, nosotros hicimos la promoción, la logística, la curaduría de bandas, la producción, todo, fue un festival que salió muy bien, sin ningún contratiempo y a precios más justos”.
Ticketmaster es una compañía transnacional que opera en varios países y no ha escapado a críticas similares, como que añaden costos excesivos por el servicio en la venta de las entradas. El mismísimo Robert Smith, vocalista de The Cure, denunció públicamente los abusos de la empresa en contra de sus fans, logrando una respuesta tibia de la boletera.
Hay casos como los de gobiernos estatales que organizan conciertos masivos sin contratar a Ocesa ni Ticketmaster. En Michoacán, las ediciones del Festival Jalo han prescindido de ese intermediario, demostrando que en una ciudad se pueden distribuir boletos sin necesidad de plataformas electrónicas que inflan los precios.
En ciudades como León y Monterrey también se realizan con frecuencia festivales completa o parcialmente gratuitos, lo que por un lado garantiza el derecho a la cultura y aunque evidentemente se emplean impuestos para producirlos, para las familias son un remedio que combate los altos precios de las empresas privadas.
El dominio casi absoluto de Ticketmaster sólo es menguado por empresas como Eticket, con sede en Querétaro; Superboletos (Monterrey), Boletia (CDMX), Boletópolis (Coahuila) y Ticketópolis (Monterrey). En un mercado tan amplio, que también incluye obras de teatro, eventos deportivos y conferencias, esas firmas alcanzan una pequeña rebanada del pastel, pero en los hechos tienen prohibido aspirar a eventos masivos de la Ciudad de México, pues esos seguirán en manos de la gigante, y abusiva, CIE.