Morelia apuesta al agua: la nueva siembra que busca rescatar la economía rural
evangelio | 10 octubre, 2025

En los bordes húmedos de Morelia, donde el campo se mezcla con el agua y la sobrevivencia depende del clima, el Ayuntamiento impulsa un experimento silencioso: convertir los estanques rurales en una fuente de economía local.

Esta semana, la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural Municipal distribuyó 50 mil crías de carpa entre familias campesinas de nueve tenencias, de Teremendo a Atécuaro, con la promesa de que el alimento también puede ser una forma de estabilidad.

El programa ocurre justo en la temporada de lluvias, cuando los cuerpos de agua alcanzan su punto más alto y la acuacultura se vuelve viable. No es una escena nueva, pero sí un intento por reactivar un modelo productivo que había quedado relegado frente al monocultivo y la migración. Ahora, 60 familias recibirán el apoyo directo, en una zona donde el ingreso depende más del clima que del mercado.

Las autoridades municipales estiman que el impacto económico podría traducirse en 17 mil 500 kilos de producción y alrededor de 1.4 millones de pesos en valor comercial, beneficiando a unas mil 800 personas. Sin embargo, detrás de las cifras hay un dilema que los propios productores conocen: el verdadero reto no es sembrar el pez, sino mantenerlo vivo en un entorno con acceso limitado a infraestructura, canales de venta y acompañamiento técnico constante.

“Con estas acciones, el Gobierno de Morelia respalda el desarrollo económico y social de las familias campesinas”, dijo el titular de la SADERM, Roberto Carlos López García, al supervisar la siembra. Pero más allá del discurso, la apuesta revela una búsqueda de equilibrio entre la productividad y la supervivencia, entre lo que el agua promete y lo que la política suele olvidar.

Mientras los paquetes de alevines se vacían en las lagunas, las comunidades rurales reafirman una verdad sencilla: el desarrollo no siempre depende de megaproyectos, sino de pequeñas siembras que devuelven el sentido al trabajo del campo. En los ojos de quienes participaron, la carpa no es sólo un pez, es una esperanza que nada contra la corriente del abandono.

En los bordes húmedos de Morelia, donde el campo se mezcla con el agua y la sobrevivencia depende del clima, el Ayuntamiento impulsa un experimento silencioso: convertir los estanques rurales en una fuente de economía local.

Esta semana, la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural Municipal distribuyó 50 mil crías de carpa entre familias campesinas de nueve tenencias, de Teremendo a Atécuaro, con la promesa de que el alimento también puede ser una forma de estabilidad.

El programa ocurre justo en la temporada de lluvias, cuando los cuerpos de agua alcanzan su punto más alto y la acuacultura se vuelve viable. No es una escena nueva, pero sí un intento por reactivar un modelo productivo que había quedado relegado frente al monocultivo y la migración. Ahora, 60 familias recibirán el apoyo directo, en una zona donde el ingreso depende más del clima que del mercado.

Las autoridades municipales estiman que el impacto económico podría traducirse en 17 mil 500 kilos de producción y alrededor de 1.4 millones de pesos en valor comercial, beneficiando a unas mil 800 personas. Sin embargo, detrás de las cifras hay un dilema que los propios productores conocen: el verdadero reto no es sembrar el pez, sino mantenerlo vivo en un entorno con acceso limitado a infraestructura, canales de venta y acompañamiento técnico constante.

“Con estas acciones, el Gobierno de Morelia respalda el desarrollo económico y social de las familias campesinas”, dijo el titular de la SADERM, Roberto Carlos López García, al supervisar la siembra. Pero más allá del discurso, la apuesta revela una búsqueda de equilibrio entre la productividad y la supervivencia, entre lo que el agua promete y lo que la política suele olvidar.

Mientras los paquetes de alevines se vacían en las lagunas, las comunidades rurales reafirman una verdad sencilla: el desarrollo no siempre depende de megaproyectos, sino de pequeñas siembras que devuelven el sentido al trabajo del campo. En los ojos de quienes participaron, la carpa no es sólo un pez, es una esperanza que nada contra la corriente del abandono.

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