Antes de que la pandemia transformara el mundo, en una entrevista, el actor Ernesto Gómez Cruz expresó su tristeza por ser olvidado y la escasez de trabajo.

En 2019, con 85 años, la industria que solía adorarlo parecía haberlo abandonado: “Vivo en una soledad terrible y aplastante”, admitió que, a pesar de los desafíos como la pérdida de memoria y la dificultad para recordar diálogos, seguía abierto a participar en nuevos proyectos.

La experiencia de Gómez Cruz refleja una realidad común en el mundo del arte y el entretenimiento, donde la fama no siempre garantiza estabilidad en el futuro.

A lo largo de sus más de cinco décadas de carrera, encontró consuelo en su trabajo como secretario de Jubilación en la Asociación Nacional de Actores, una labor que le brindaba un sentido de propósito y pertenencia.

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Participó en películas que se han convertido en clásicos del cine mexicano, como “Los Caifanes”, “Cadena perpetua”, “El crimen del padre Amaro”, y “Canoa”.

“Vivo en una soledad terrible y aplastante, que me tiene esperando el fin de mis días, aunque si surge algo nuevo con gusto seré uno de los primeros en apuntarme, aunque a este paso sólo espero la muerte, esa es segura que llega”, señaló Gómez Cruz.

Durante su última década de vida, el actor sentía que su vida estaba en el mismo punto que cuando inició su carrera: “sin nada, porque cuando voy a mi casa veo que ya no es mía, ahora es de mis hijas. Por eso vivo solo, rentando un cuartito y sin un peso en la bolsa”.

Quería que llegara el momento “para partir y no regresar, claro, cuando Dios lo juzgue conveniente. Me voy a una gira larga y ya no regreso. Me molesta recordar viejos tiempos, mejor vivo el instante”.