Noroña en modo vuelo
evangelio | 9 octubre, 2025

Veinticuatro horas después de que se revelara que Gerardo Fernández Noroña rentó un avión privado para desplazarse por Coahuila, el tema escaló hasta ocupar un espacio en la conferencia matutina de Claudia Sheinbaum. Al ser cuestionada, respondió con una frase breve pero clara: “Cada quien debe responder por sus actos; que lo evalúe la gente”. Con eso, dejó el asunto bajo la responsabilidad directa del legislador.

El reportaje, por parte del diario Reforma que detonó la polémica documentó que Noroña utilizó una aeronave Socata TBM 850 durante su gira, cuyos costos por hora superan los 2 mil dólares, haciendo que el vuelo completo, por horas de trayecto y pernoctas, se estimara en más de 14 mil dólares (más de 250 mil pesos). Ese contraste entre el precio del servicio y el discurso público de austeridad ha sido el núcleo de las críticas.

El senador no dejó de responder: primero negó la versión, luego la admitió y finalmente la defendió como una necesidad logística. Sostuvo que no se emplearon recursos públicos y que el vuelo operó como un “taxi aéreo”, alegando que tenía poco tiempo para cumplir con su agenda. También aludió a que la presidenta alguna vez dijo que los vuelos privados podrían usarse cuando las circunstancias lo ameriten. Pero hasta ahora no ha mostrado comprobantes ni detallado quién costeó el servicio.

El desliz no es menor para Noroña. Desde el inicio de su carrera ha sido una figura controvertida y conflictiva. Como sociólogo de formación y dirigente político, ha recorrido distintos espacios: fue diputado federal en varias ocasiones, activista crítico permanente y una de las voces más estridentes de la izquierda desde hace décadas.

En 2024 asumió un rol más visible aún: es senador de la República y presidió la Mesa Directiva del Senado entre septiembre de 2024 y agosto de 2025. Esa posición le dio un escenario institucional que, sumado a su estilo provocador habitual, amplifica cada gesto simbólico que comete.

Por eso, que un vuelo ejecutivo lo señale no es un capricho mediático: es una fisura en el discurso de congruencia que él mismo ha cultivado. En Morena y en la llamada 4T, el horizonte ético se ha trazado bajo la austeridad. El vuelo reabrió la pregunta sobre quiénes realmente practican esa regla y quiénes la retuercen con argumentos.

La distancia fijada por Sheinbaum tiene un propósito también simbólico. No es solo deslinde personal: señala que la narrativa del movimiento no admite tonos medios cuando alguien asociado a ella incurre en excesos visibles. En ese escenario, Noroña no solo debe responder ante la opinión pública, sino ante su propio estilo y ante las expectativas que quienes lo han respaldado depositaron en su congruencia.

Hasta ahora, no se ha documentado con pruebas públicas quién pagó el vuelo ni se ha visto una factura clara del servicio. Esas ausencias alimentan la opacidad. Si se aclaran, podría cerrar el expediente de lo anecdótico. Si no, el vuelo quedará como marcador simbólico de una tensión permanente entre discurso y acción política.

El episodio exhibe con precisión uno de los reflejos más severos de la política mexicana: la incongruencia pesa más que el error. En el caso de Noroña, no se trata de una falta administrativa ni de una irregularidad comprobada, sino de algo más corrosivo para cualquier liderazgo construido sobre la autenticidad: la pérdida de coherencia entre lo que se dice y lo que se hace.

Durante años, el senador capitalizó su imagen como voz crítica dentro del propio sistema, símbolo de la izquierda combativa y del discurso sin dobleces. Esa narrativa, que le dio visibilidad y base popular, hoy enfrenta su prueba más compleja. El vuelo privado no sólo contradice su promesa de austeridad; rompe el vínculo de credibilidad que lo mantenía diferenciado en un espacio político saturado de cinismo y simulación.

La política, más que un ejercicio de gestión, es una administración de símbolos, y Noroña encarnaba uno: el del político que no se parecía a los demás. Esa diferencia, sin embargo, se desvanece cuando los gestos personales replican los privilegios que se criticaban. Por eso, aunque no haya delito ni sanción formal, el costo político es inmediato y estructural: la erosión de su narrativa.

En este punto, la pregunta ya no es si el vuelo fue caro, sino si su liderazgo sobrevivirá al precio simbólico del despegue. En la Cuarta Transformación, un proyecto que convierte la austeridad en moral de Estado, no hay margen para las disonancias personales. Y en ese terreno, Noroña, más que volar alto, parece haber quedado suspendido entre su discurso y su reflejo.

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