“Ouróboros”, un disco para morir: crítica al primer álbum de Ireri Almonte  
evangelio | 25 agosto, 2024

En tiempos donde detrás del mainstream musical uno solamente encuentra caretas, simulaciones, estrategias de marketing, contenido superficial y reproducciones inorgánicas, el álbum debut de Ireri Almonte, Ouróboros, aparece como un zarpazo de honestidad íntima.

Lejos de las tendencias que marca la industria, donde lo que predomina es la publicación de singles inconexos unos con otros, la cantante y multiinstrumentista moreliana le apuesta a la narrativa a través de ocho canciones, donde se atreve a hacer lo que pocos: desnudarse artísticamente hablando.

Ouróboros no es el resultado de dos o tres semanas en el estudio de grabación, es más bien la consecuencia de nueve años en los que se acumularon decepciones amorosas concentradas en tres rupturas específicas, mismas que la artista expone a los escuchas sin ninguna reserva.

Un año y medio después de que Ireri Almonte dejara Michoacán para instalarse de manera indefinida en Ciudad de México, ha logrado ponerle el punto final a ese trabajo, o como ella misma lo dice: “concretado este ritual para morir”.

En lo musical, desde Ser, tema con el que se abre el álbum, la artista deja ver que ya no es la misma y muestra una madurez vocal que le permite experimentar con matices, colores y tonos que encajan justo a la medida de lo que quiere transmitir.

Dentro del rompecabezas llamado Ouróboros, nada es casualidad y todo tiene una intención. A lo largo de la producción, se hacen presentes ecos de la Madre Tierra y sonidos particulares que a la artista se le fueron atravesando en su camino.

La composición lírica de ese trabajo también deja frases para la reflexión emocional, como aquella que resuena en la canción que le pone nombre al disco y que dice que “No tenemos un lenguaje para decirnos adiós”.

En Basta, Ireri Almonte logra sacarnos de nuestros zapatos para que podamos emprender el viaje junto a ella en ese túnel lleno de duelo y dolor. Sin embargo, también encontramos dejos de nostalgia y esperanza gracias al ensamble que se complementa con los instrumentos de cuerda como el violín o el chelo.

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“Y si navegando me encuentro/que encuentre salida el dolor”, canta Almonte en Que los ríos muevan mi voz, tema en el que de nueva cuenta recurre a los elementos que están en nuestro entorno natural, en este caso el agua que corre por el Río Chiquito de Morelia.

Para Si no sana hoy, hace dueto con el cantautor y guitarrista chileno, Benjamín Walker, logrando una balada a fuerza de piano, violines y chelo que nos indica que estamos a la mitad del proceso.

Un acierto general dentro de la obra es el espacio que la cantante le otorga a los silencios en momentos específicos de los temas, lo que se vuelve necesario para que podamos comprender y hasta experimentar el sufrimiento ajeno.

La resiliencia y capacidad de reinventarse toma forma en Conmigo, canción que se acompaña con los coros de su hermana, Yunuén Mejía Almonte. Líneas como “Empezar a buscarme como no lo había hecho” y “Sería reconocerme”, dan señales de que Ireri ha comenzado a dejar de culparse y comienza a entender que detrás de las rupturas hay un sistema patriarcal que las sostiene.

Tras una travesía de oscuridad y zozobra, Como el mar toma una textura rítmica más entusiasta, aunque sin caer en el idealismo utópico de la felicidad. “Las heridas me enseñaron a volar” reza Almonte para decirnos que por fin está libre de ataduras.

El disco cierra de manera magistral con Para morir, un tema que legitima el derecho a la tristeza y que recuerda a aquel poema de Jaime Sabines en el que sentencia que:

“Cuando tengas ganas de morirte

no alborotes tanto: muérete y ya”.

En ese tramo final, Ireri Almonte insiste cantando que “Hay días para morir” y a su voz se suman otras que cantan en unísono para hacernos saber que somos muchos los que estamos viviendo nuestro propio ritual de la muerte. Por fortuna, Ouróboros es un trabajo que está llamado a convertirse en una herramienta de eutanasia colectiva, pero al mismo tiempo, en una posibilidad de renacer cuantas veces sea necesario.

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