Cada año, entre octubre y noviembre, el pan de muerto se convierte en un símbolo de celebración en México durante el Día de Muertos.
El distintivo pan, adornado con una decoración que simula huesitos, es un elemento imprescindible en las mesas de cafeterías, hogares y altares, donde se recuerda a los seres queridos fallecidos.
El origen del pan de muerto es incierto; sin embargo, Andrés Medina, etnólogo de la UNAM, lo describe como una fusión de tradiciones mesoamericanas y españolas.
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Dicha mezcla surgió tras la conquista, cuando los elementos indígenas se enriquecieron con la introducción de ingredientes como el pan y el azúcar.
Las primeras ofrendas, que coincidían con la temporada de cosechas, le conferían al pan un significado simbólico: los adornos en forma de huesos representan que, en la cosmovisión mesoamericana, el hueso es el origen de la vida.
Preparar pan de muerto es un proceso laborioso, tanto es así, que para ofrecer los panes frescos, se requieren tres días de trabajo, desde la obtención de infusiones que aportan sabor hasta el amasado y formado de cada pieza.
Con su rica historia y sabores diversos, el pan de muerto es más que un simple alimento; es un vínculo con las tradiciones y los recuerdos de quienes han partido.