En los últimos cuatro meses, el Pentágono ha intensificado su presencia militar en la frontera con México, desplegando miles de soldados en servicio activo, vehículos blindados Stryker, aviones espía U-2, drones de vigilancia, helicópteros e incluso dos buques de guerra de la Armada.
Este despliegue, que según el New York Times asciende a unos ocho mil 600 soldados en servicio activo (frente a los dos mil 500 al final del gobierno de Biden), responde a la declaración del presidente Trump sobre una supuesta “invasión” de migrantes, cárteles y contrabandistas.
El senador demócrata Jack Reed ha denunciado el uso de batallones de Marines para tender kilómetros de alambre de púas y la utilización de aviones de caza submarina y destructores de la Marina para vigilar la costa y el Golfo de México.
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El objetivo, según informes, es disuadir a los cárteles y dificultar el tráfico de personas; sin embargo, surge la pregunta sobre la efectividad y el costo-beneficio de esta estrategia.
Según varios comandantes destacados en la frontera, esta operación sirve como un valioso entrenamiento militar, permitiendo a los soldados aplicar sus habilidades en el mundo real contra organizaciones criminales.
Se ha observado un aumento en los reenganches de soldados más jóvenes, quienes ven en esta misión una oportunidad de perfeccionar sus habilidades de combate.
A pesar de la inversión de 525 millones hasta la fecha, no se vislumbra el fin de la misión militar. Los cruces fronterizos han disminuido significativamente, pero las patrullas militares han obligado a los cárteles y contrabandistas a operar en zonas más remotas, aumentando sus costos.
Si bien la presencia militar parece estar disuadiendo a los cárteles y proporcionando entrenamiento valioso a las tropas, persisten dudas sobre si esta táctica es una solución sostenible o un costoso ejercicio de entrenamiento militar que podría desplegarse de manera más eficiente en otros lugares.