Uno de los grandes enigmas de las civilizaciones antiguas es el reino de Aksum, una de las potencias más influyentes en el noreste de África, ubicada en lo que hoy se conocen como Etiopía y Eritrea.
A pesar de su notable influencia en comercio, arquitectura y tecnología, Aksum ha permanecido en la sombra de imperios más renombrados como el romano y el persa.
Entre los siglos I y VII d.C., Aksum se consolidó como un eje comercial, aprovechando su ubicación estratégica cerca del Mar Rojo y las rutas transcontinentales que unían África, Arabia y Asia.
Su comercio prosperó gracias a la exportación de productos como oro, marfil y especias, mientras que importaban lujosos artículos de Roma, Persia e India. Este dinamismo económico fue posible, entre otras cosas, por la creación de una de las primeras monedas acuñadas en el sur de África.
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Aksum es también reconocida por su impresionante legado arquitectónico, con estelas y obeliscos monolíticos que marcan las tumbas de sus nobles, algunas de hasta 33 metros de altura.
Los logros tecnológicos de Aksum fueron fundamentales para su éxito agrícola, con técnicas como el cultivo en terrazas y sistemas avanzados de irrigación que aseguraron una producción continua.
Dos de sus monarcas más importantes, Ezana y Kaleb, jugaron papeles decisivos en la expansión religiosa y territorial del reino, siendo Ezana el primer rey en adoptar el cristianismo.
A medida que el islam comenzaba a expandirse en la región, Aksum se aisló y su influencia se desvaneció, cayendo en el olvido hasta que las investigaciones arqueológicas y los estudios recientes han rescatado su historia.
En 1980, la UNESCO incluyó a Aksum en su lista de Patrimonio de la Humanidad, reconociendo su importancia histórica y cultural.
Hoy, la civilización aksumita continúa echando raíces en la identidad etíope, sobre todo a través del alfabeto ge’ez, que aún se usa en textos litúrgicos.