Dicen que el balón de futbol no reconoce edades. El uruguayo Robert Carmona y el ecuatoriano Joe Armas son el ejemplo de ello: el primero es el futbolista profesional más viejo del mundo con 61 años; el segundo, el director técnico más joven de la primera división de su país con 27 años.
Cuando Robert Carmona inició su carrera, corría el año de 1976 y, para ese entonces, su natal Uruguay, con dos Copas del Mundo en su historial, todavía era una selección más grande que Argentina, que estaba a dos años de conseguir su primer título.
El tiempo ha pasado y los charrúas se han ido quedando, pero lo que no ha cambiado es la pasión que mantiene al futbolista dentro del ámbito profesional, lo que le ha permitido obtener el Récord Guiness como el jugador más viejo del futbol profesional.
De acuerdo con una declaración que ofreció al periódico Marca, ya perdió la cuenta de los clubes por los que ha jugado, pero calcula que son entre 47 y 48. En la actualidad, sigue teniendo minutos con el Iraklis de divisiones inferiores de España.
En más de 2 mil 200 partidos que ha disputado, Robert Carmona dice que muchas cosas han cambiado y reconoce que, por momentos, sus compañeros más jóvenes lo llegan a desesperar.
Y es que si bien entiende las transiciones generacionales, refiere que le cuesta trabajo acoplarse a nuevas prácticas como el uso excesivo del celular. “A veces los chicos no prestan atención a la charla técnica por estar metidos en el móvil”, recriminó en la entrevista con el diario español.
Además de su labor en la cancha, el veterano también ha decidido incursionar como directivo, pues junto a socios decidió crear el club Hacele Un Gol A La Vida, con el cual busca alejar a los jóvenes uruguayos de las adicciones.
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De la construcción a las canchas
En contraparte, Joe Armas saltó a la fama luego de que a sus 27 años lograra ascender a la primera división de Ecuador al Imbabura Sporting Club, equipo que pasó de la Tercera División a la máxima categoría en un periodo de dos años.
Pero la historia del joven nació diez años antes. A los 17 emigró a Europa en busca de una vida mejor, por lo que trabajaba como albañil tratando de ganarse unos euros; sin embargo, su labor la supo combinar con la pasión por el futbol.
A través de cursos y maestrías que tomaba en sus tiempos libres, Joe Armas obtuvo su título como entrenador, siempre aconsejado por profesores de los más grandes clubes del viejo continente.
Al regresar a Ecuador, decidió enviar currículums a cuanto equipo atravesara su mente, pero sólo el Imbabura se atrevió a darle una oportunidad pese a su nula experiencia en el cargo.
Una de las primeras sorpresas que ofreció al futbol de su país, fue cuando estando en segunda división consiguió eliminar a la Liga Universitaria de Quito de la Copa de Ecuador, logró que captó la atención de aficionados y medios de comunicación.
Tras haber obtenido el ascenso, Joe Armas declaró a la prensa que su historia de vida la comparaba con la de la película Rocky, pues a lo largo de todos estos años, argumentó que su mayor virtud ha sido la resiliencia.