En Morelia, este 15 de septiembre no se esperaba una fiesta cualquiera. Durante semanas, la sombra de un presunto Grupo Armado Purépecha se había extendido sobre las celebraciones patrias con la amenaza de que “el 15 se estremecería”. El recuerdo de 2008, cuando granadas estallaron en plena ceremonia y dejaron un saldo trágico en la capital, volvió a instalarse en la memoria colectiva. No era un rumor más: días antes, el gobierno detuvo en Jiquilpan a presuntos responsables de esas advertencias, entre ellos funcionarios municipales, confirmando que la amenaza tenía raíces concretas.
Ese era el clima con el que Morelia llegó a la noche del Grito: una mezcla de nerviosismo, vigilancia extrema y dudas sobre si la ciudad podría sostener su ceremonia sin sobresaltos. Municipios como Uruapan o Zinapécuaro optaron por cancelar sus actos, pero la capital decidió enfrentar la fecha con todo el aparato de seguridad disponible: vallas, filtros, miles de elementos en las calles. Cuando las campanas sonaron y la multitud respondió, se supo que la apuesta era arriesgada. El final, sin embargo, fue distinto al que se temía: Morelia cerró su fiesta con saldo blanco.
Ese resultado fue más que un parte técnico. En un año cargado de amenazas y comparaciones inevitables con el 2008, el hecho de que la plaza terminara en calma fue leído como un triunfo del gobierno estatal y municipal. Alfredo Ramírez Bedolla y su gabinete lograron contener el miedo y ofrecer a la ciudadanía un espacio donde el Grito se escuchara más fuerte que las advertencias.
La celebración también dejó matices en lo económico. La Asociación de Comerciantes y Vecinos del Centro Histórico de Morelia (COVECHI) advirtió, antes del evento, que el ambulantaje podría generar pérdidas de hasta 40 millones de pesos para el comercio formal, con caídas de hasta 60 % en algunos giros. A ello se sumaba el riesgo de la lluvia y las restricciones de seguridad. Sin embargo, otros sectores sí reportaron saldo positivo: la Secretaría de Turismo municipal estimó una ocupación hotelera de más del 80 % en el Centro Histórico y una derrama económica cercana a 250 millones de pesos durante las celebraciones patrias.
El tercer eje de tensión fue el concierto de Christian Nodal. Su nombre estuvo en el centro de la polémica desde días previos, cuando colectivos feministas y ciudadanos pidieron cancelar su presentación por dos motivos: el costo de traerlo con recursos públicos y los señalamientos personales que arrastra en tribunales. Para algunos, su presencia era una contradicción en un acto que debía transmitir unidad y respeto. Aun así, Nodal se presentó bajo la lluvia y sin incidentes graves: la asistencia fue menor a la esperada, pero miles permanecieron en la plaza para escucharlo. El resultado final fue aceptable, aunque dejó claro que la fiesta patria en Morelia terminó dividida entre quienes acudieron al grito cívico y quienes se quedaron por el espectáculo musical.
El Grito de 2025 en Morelia deja así un balance complejo. Por un lado, la economía formal se sintió golpeada por la competencia irregular del ambulantaje. Por el otro, los indicadores turísticos y la afluencia ciudadana reflejaron que la ciudad pudo vivir su noche patria con dinamismo.
En balance, el Grito en Morelia tuvo luces y sombras: economía dividida y polémica. Pero también un hecho central que no se puede pasar por alto: en un año cargado de amenazas y con la memoria de 2008 latente, la ciudad salió con saldo blanco. Ese resultado no borra los problemas de fondo, pero sí habla de una conducción política que, al menos esta vez, consiguió lo esencial. El gobierno de Michoacán no obtuvo una fiesta perfecta, pero logró lo más importante: que la gente pudiera gritar sin miedo.
Y eso en Morelia, dice mucho.