La religión sumeria, con su panteón de más de tres mil 600 dioses, revela una sociedad donde lo divino impregnaba cada aspecto de la vida.
Desde los grandes dioses que personificaban la naturaleza hasta las deidades menores responsables de tareas cotidianas, cada actividad tenía su representación divina; incluso cada persona contaba con un “ángel de la guarda” personal, un concepto que anticipa creencias posteriores.
Pero esa vasta corte celestial no era autosuficiente. Los sumerios creían que la humanidad fue creada para servir a los dioses, proveyéndolos de todo tipo de necesidades, desde alimentos hasta objetos lujosos.
Esa creencia justificaba una sociedad donde el servicio a la divinidad era primordial, incluso en el pago de impuestos.
Cada ciudad veneraba a un dios o diosa protector, cuya residencia terrenal era el templo principal.
Investigaciones arqueológicas y tablillas babilónicas revelan que esas deidades disfrutaban de comodidades propias de un monarca, incluyendo lujosas habitaciones, amplios comedores y exquisitas despensas.
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Las relaciones entre los dioses también eran importantes. Cada pocos años, las deidades visitaban a sus “parientes” en otras ciudades en elaboradas procesiones.
Esos viajes, que involucraban barcos adornados y opulentos regalos, eran grandes acontecimientos que fortalecían los lazos entre los diferentes cleros y realzaban el prestigio de los dioses participantes.
El lujo divino no se limitaba a las estancias; el ajuar de una diosa como Ishtar incluía desde esclavos y personal de servicio hasta joyas de oro, perlas preciosas y lujosas vestimentas. Diariamente, las estatuas divinas eran cuidadosamente atendidas, vestidas, maquilladas y rociadas con perfumes exóticos.
Los dioses también disfrutaban de cuatro comidas diarias, acompañadas de música interpretada por orquestas de templos.
Los banquetes eran elaborados y precisos, con una gran cantidad de comida, incluyendo carnes, panes, pasteles y bebidas. ¿Qué se hacía con los excedentes? Probablemente, los sacerdotes disfrutaban de los restos, vendiéndolos en mercados cercanos para beneficio del templo.