Titán del caos: el dragón y la serpiente marina en la mitología clásica
evangelio | 3 agosto, 2025

Desde las primeras epopeyas griegas hasta los relatos cristianos de la Antigüedad tardía, los dragones y las serpientes marinas han representado algunas de las fuerzas más profundas del inconsciente colectivo de Occidente.

No eran simplemente bestias terroríficas, sino símbolos que encarnaban el caos primordial, guardianes de secretos sagrados y antagonistas de héroes y dioses.

En la tradición grecorromana, estas criaturas poseían genealogías complejas. Muchos dragones, como Ladón, el guardián de las manzanas de oro en el jardín de las Hespérides, o la Hidra de Lerna, eran descendientes de Tifón y Equidna, monstruos primordiales vinculados a la diosa Gaia. Su función trascendía lo narrativo: encarnaban el desorden que debía ser vencido para instaurar un nuevo orden civilizatorio.

En muchos casos, el agua era su dominio natural. Serpientes marinas y dragones acuáticos, como el kētos al que Perseo vence para salvar a Andrómeda, evocaban temores ancestrales asociados al océano como frontera del mundo conocido.

Estas figuras, con frecuencia representadas en el arte como híbridos de animales reales magnificados, funcionaban como proyecciones del terror colectivo.

El enfrentamiento entre héroe y monstruo se convirtió en un arquetipo poderoso. Apolo mata a Pitón para fundar su oráculo en Delfos; Cadmo vence al dragón de Ares para establecer la ciudad de Tebas.

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En cada caso, la muerte de la bestia marca el nacimiento de una nueva estructura social o espiritual. Esta narrativa fue adoptada siglos después por el cristianismo, que reinterpretó al dragón como encarnación del mal y al héroe como santo.

San Jorge, por ejemplo, no mata al dragón por gloria personal, sino para manifestar el poder divino sobre el pecado.

Durante el Imperio romano, el dragón adquirió un matiz adicional como estandarte militar, especialmente en las legiones orientales, y como motivo decorativo en mosaicos y sarcófagos. El imaginario visual romano refuerza su condición de símbolo ambivalente: amenaza bárbara y emblema de poder a la vez.

Con la cristianización del mundo grecorromano, estas criaturas conservaron su estructura simbólica, aunque mutaron en su significado. En el Apocalipsis, el dragón rojo representa a Satanás. En la iconografía medieval, aparece como enemigo del alma y obstáculo para la santidad. No obstante, estas nuevas lecturas no anulan el pasado pagano, sino que lo resignifican.

Hoy, el estudio de estos símbolos revela su persistencia cultural. El dragón clásico no tiene una forma única: puede ser serpiente, monstruo marino o criatura alada. Su ambigüedad es su mayor fuerza simbólica.

Representa los límites de lo humano, el umbral entre lo conocido y lo desconocido. Más que una figura temible, es una criatura necesaria en la arquitectura del mito.

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