El sombrero volvió a ser protagonista, no como accesorio, sino como emblema de un estilo que Carlos Manzo ha convertido en sello de su gestión. En un auditorio abarrotado y con un formato más cercano a festival comunitario que a ceremonia solemne, el alcalde independiente presentó su primer informe de gobierno el pasado domingo, entre aplausos de simpatizantes, elogios a sus propios avances y la sombra de investigaciones abiertas por la Comisión Nacional de los Derechos Humanos.
En el escenario se desplegaron cifras de obra pública, incremento de patrullajes, apoyos sociales y proyectos de infraestructura que, según el alcalde, marcan un antes y un después en la administración municipal. Habló de la rehabilitación de vialidades estratégicas, la instalación de luminarias en colonias periféricas, el rescate de parques y espacios públicos, así como la ampliación de programas de becas y de atención alimentaria. En materia de seguridad, presumió la incorporación de nuevas patrullas, algunas blindadas, y el fortalecimiento de operativos conjuntos con fuerzas estatales y federales. Cada anuncio fue acompañado por una narrativa de cercanía ciudadana, apelando a la participación comunitaria como eje de su administración.
Sin embargo, el contexto no era neutro. La CNDH mantiene dos investigaciones formales en su contra: una por la exhibición de menores en una transmisión nocturna y otra por sus declaraciones públicas en las que llamó a “abatir” a delincuentes, un discurso que él defiende como reflejo de la desesperación ante la violencia y que sus críticos consideran una incitación peligrosa.
Te puede interesar: CEDH abre expediente contra Carlos Manzo en Uruapan por vulneración de derechos de la infancia
Manzo no rehuyó el tema, aunque lo abordó sin entrar en detalles. Atribuyó las denuncias a “golpeteo político” y a intentos de distraer de lo que considera avances tangibles: desde la adquisición de patrullas blindadas hasta la recuperación de espacios públicos. La narrativa que construyó durante el acto fue clara: un alcalde que se asume como figura de resistencia, con un pie en la administración y otro en la confrontación directa contra aquello que identifica como enemigos de la paz.
El evento, más que una rendición de cuentas, funcionó como reafirmación de un personaje político que ha sabido capitalizar la imagen de hombre cercano al pueblo, incluso cuando esa cercanía roza los límites institucionales. Entre música, discurso y escenografía popular, Manzo apostó por mostrar que el estilo personal, y el sombrero, pueden ser tan protagonistas como las cifras.
La pregunta que queda flotando es si esa mezcla de política de resultados y retórica de combate podrá sostenerse durante el resto de su administración sin que el desgaste de las polémicas termine por opacar los logros. Porque en Uruapan, el sombrero ya no es solo símbolo de identidad, sino también de un pulso político constante entre legitimidad, popularidad y escrutinio.