Entre los siglos XIX y XX, las potencias imperialistas de Europa, Estados Unidos y Japón institucionalizaron una de las prácticas más degradantes de la era moderna: la exhibición de seres humanos como “trofeos” coloniales. Bajo una supuesta justificación de rigor académico y científico, personas arrancadas de sus tierras en África, Asia y América fueron confinadas en jaulas y recintos para ser catalogadas como “salvajes” ante los ojos de millones de espectadores en exposiciones universales y ferias locales.
Ciudades como París, Hamburgo, Londres y Chicago se convirtieron en epicentros de este mecanismo internacional que buscaba glorificar el expansionismo. Comerciantes de animales como el alemán Carl Hagenbeck popularizaron las “exposiciones antropozoológicas”, donde familias enteras de etnias como los sami o los nubios eran presentadas como atracciones. Este fenómeno no solo alimentaba la curiosidad por lo exótico, sino que servía como una herramienta de propaganda para convencer a la población occidental de la supuesta inferioridad de los pueblos colonizados, justificando así la explotación de sus territorios.

Uno de los casos más emblemáticos y crueles fue el de Sara Baartman, conocida peyorativamente como la “Venus Hotentote”. A principios del siglo XIX, esta mujer sudafricana fue esclavizada y trasladada a Europa bajo engaños para ser exhibida desnuda en Londres y París, donde sufrió humillaciones y abusos constantes. Su historia ejemplifica la erotización y deshumanización de los cuerpos negros que caracterizó a estas muestras, donde los asistentes incluso pagaban por tocar a las personas exhibidas como si fueran especímenes biológicos.
A pesar de que con el paso del tiempo los sujetos exhibidos fueron reclasificados como “artistas exóticos”, la esencia de la exhibición permaneció intacta hasta bien entrado el siglo XX. Londres, en particular, se consolidó como la capital de estas muestras, presentando a grupos de lapones, esquimales y zulúes en entornos artificiales diseñados para enfatizar su supuesto “primitivismo”. Hoy en día, el destino de los restos de cientos de estas personas víctimas de los zoológicos humanos sigue siendo una incógnita, dejando una herida abierta en la historia de la antropología global.
