Las palabras “2 de octubre no se olvida” se repiten cada año como un mantra continuo e incesante de la resistencia frente a la represión en México.
Ese lema encapsula no solo la memoria de quienes perdieron la vida aquella trágica tarde en Tlatelolco, sino también la constatación del camino sinuoso recorrido por varias generaciones en su búsqueda de soberanía, paz y una educación pública y autónoma.
Sin embargo, a más de cinco décadas de distancia, la impunidad y el olvido siguen siendo heridas que no cierran en la sociedad mexicana.
El 2 de octubre de 1968, el Consejo Nacional de Huelga convocó a un mitin en la Plaza de las Tres Culturas, donde más de 300 personas se congregaron para manifestar su desacuerdo con la situación en la Escuela Nacional de Agricultura de Chapingo.
Ese evento pacífico se tornó en una de las páginas más sombrías de la historia contemporánea del país, cuando el Ejército Mexicano, respaldado por el grupo paramilitar Batallón Olimpia, abrió fuego indiscriminadamente contra los asistentes.
El gobierno de Gustavo Díaz Ordaz intentó ocultar la magnitud de la tragedia, inicialmente negando la participación del Batallón Olimpia y disfrazando su presencia como una medida de seguridad para los Juegos Olímpicos.
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Investigaciones posteriores y testimonios han desenterrado una verdad dolorosa y evidente: el ataque fue un acto deliberado de violencia estatal hacia un movimiento que simplemente demandaba justicia y derechos.
Minutos antes de las 18:00, el mitin se acercaba a su clausura, y fue en ese momento cuando un helicóptero comenzó a sobrevolar la plaza y disparó bengalas, lo que marcó el inicio de una brutal ráfaga de disparos contra estudiantes, trabajadores y familias que se encontraban allí.
La cifra de más de 300 vidas segadas en ese momento no solo representa un cobarde crimen de lesa humanidad, sino también un ataque frontal a la libertad de expresión que debería ser un pilar fundamental de cualquier democracia.
Francisco Pérez Arce sostiene que “2 de octubre no se olvida” es una frase que ha derrotado al Estado en un sentido profundo, ya que se ha convertido en la voz de miles que fueron silenciados en un acto de cobardía inexcusable.
Sin embargo, la conmemoración no debería ser solo un acto reflexivo, sino un llamado a la acción en la lucha contra la represión y la impunidad que aún permea la política mexicana.
La memoria debe estar acompañada de justicia, y recordar el pasado no debe ser un mero acto de resistencia simbólica, sino un impulso hacia la construcción de un futuro donde la represión no tenga cabida.